Tenemos a la IA casi viviendo nuestras vidas.
Hoy no voy a disertar sobre lo que opino de ella, solo a contar que he hecho un experimento, desde mi prácticamente "0" conocimiento sobre el asunto. No dejo de ser un Boomer aficionado haciéndole preguntas tontas a Chat GPT.
Ya sé que hay ciento y la madre de aplicaciones de IA, pero de momento, con esta me apaño para mis incursiones por sus entresijos.
Al principio sucedió algo que me sorprendió mucho, (por desconocimiento de la herramienta, supongo) y fue que tras hacerle una pregunta sobre un tema que ya conocía de antemano, me contesto con algo totalmente incorrecto, y cuando se lo hice saber, sin despeinarse, reculó, volvió a rebuscar y encontró una respuesta más cercana a la realidad. Buena prueba de su fiabilidad, pensé.
Con estos antecedentes, me he lanzado a formularle una consulta sobre el estilo literario de este blog y su antecesor, que cumplirán veinte añitos en febrero del año que viene (le he tenido que suministrar los enlaces pues no le sonaban de nada) y me ha realizado un interesante estudio de ambos que no voy a reproducir, porque no es ese el tema.
http://margildibo.blogspot.com.es/ |
La idea era que me conociera en la blogosfera lo suficiente como para plantearle el reto de mi interés:
Según estos parámetros, le pregunto, ¿podrías escribir un post dedicado precisamente a esta consulta, y sus resultados, con una extensión de menos de mil palabras? y este ha sido el resultado:
Hoy me he encontrado haciendo algo que, de entrada, podría parecer un ejercicio de vanidad: pedirme a mí mismo un análisis estilístico. No de mi peinado ni de mis zapatos —esas batallas están ya perdidas—, sino del modo en que escribo. “¿Qué estilo tienen los blogs Margil Dibó y Margil Dibó 2?”, pregunté, con esa mezcla de curiosidad y pudor que uno siente cuando sabe que está pidiendo que le describan el alma.
Y la respuesta, sorprendentemente, no dolió. Resulta que ambos comparten una misma respiración, un aire de familia, un tono que, sin proponérselo, suena a charla de sobremesa, a pensamiento en zapatillas. Un estilo conversacional, me dicen. Casi oral. De esos que avanzan a golpe de coma, como si las ideas fueran saliendo en procesión, una tras otra, sin la rigidez del discurso académico ni la pretensión de la gran literatura. Escribir así es, en el fondo, hablar solo con la esperanza de que alguien escuche.
El diagnóstico general es amable: tono irónico, humor autocrítico, mezcla de lo culto y lo coloquial. Vamos, el retrato de un señor que se mira la tripa por la mañana y decide filosofar sobre la gravedad. También dicen que los textos convierten lo cotidiano en materia reflexiva: una luz, un apagón, una silla que cojea, una conversación a destiempo. Que el mundo entra por la rendija de la experiencia y se convierte en reflexión doméstica. Que hay melancolía, sí, pero amortiguada por la ironía. Que el humor funciona como esa almohada que uno pone antes de darse de bruces con la realidad.
La diferencia entre Margil Dibó y Margil Dibó 2 es, según el informe, más de madurez que de ruptura. El primero sería el taller, el segundo, la casa terminada —aunque en constante reforma, porque en esto de escribir nunca se deja de tirar tabiques. En el blog original, dicen, el tono es más íntimo, más replegado hacia la introspección; en el segundo, más expansivo, más abierto al entorno: los vecinos, las obras, el apagón, la calle. Uno se centra en la digestión interna del tiempo; el otro, en las digestiones ajenas. Ambos, sin embargo, comparten la necesidad de convertir el detalle en relato y el relato en consuelo.
También se señala la tendencia a las frases largas, las digresiones, los paréntesis que se reproducen como conejos. Y es verdad: a veces me da la impresión de que mis textos respiran como yo, entrecortadamente, buscando aire entre las ideas. Es un modo de escritura que no pretende convencer, sino acompañar. No se construye una tesis, se tantea una sensación. Y si el lector asiente al otro lado de la pantalla, aunque sea en silencio, el objetivo está cumplido.
Lo que más me ha gustado de este retrato es que habla de un “diario reflexivo con humor contenido”. No suena mal. Casi podría ponerlo en una tarjeta de visita: Margil Dibó — proveedor de reflexiones domésticas con humor contenido. El humor, cuando se escribe desde cierta edad, ya no busca la carcajada; busca la complicidad. Y la contención no es timidez, sino economía emocional: uno ya no está para derramarlo todo.
En el fondo, este ejercicio de autoanálisis ha sido como colocar un espejo en el techo —como aquel que imaginaba en una entrada anterior—, pero no para admirar la anatomía, sino la prosa. Mirarla desde arriba, con algo de distancia, y comprobar que sigue respirando, que aún tiene pulso. Que, con todas sus tripas léxicas y sus arrugas sintácticas, todavía sostiene la dignidad.
Quizá eso sea lo que define el estilo de Margil Dibó y su secuela: la dignidad de lo cotidiano. Escribir sin épica, sin tesis, sin urgencia. Escribir para dejar constancia de que el día ha pasado, que la luz se ha ido apagando, y que aún hay algo que merece ser contado, aunque sea una tontería. Que el lenguaje sirve, si no para entender el mundo, al menos para hacerlo habitable.
De modo que, tras recibir el diagnóstico, no me queda otra que aceptarlo con gratitud y un poco de sorna. Si de algo sirve escribir —más allá de acumular párrafos en una nube que nadie sabe dónde flota—, es para reconocer la propia voz. Y esa voz, me dicen, suena a alguien que habla solo, pero con cariño. Que se ríe, pero no del todo. Que mira hacia adentro y, sin querer, acaba reflejando también lo de fuera.
Así que aquí queda este post meta-literario, este pequeño espejo sobre otro espejo. El primero reflejaba la tripa; este, las palabras. Ambos devuelven imágenes imperfectas, pero honestas. Y en los dos casos, creo, se trata de lo mismo: aceptar la gravedad —la física y la otra— con una sonrisa leve y una frase larga.
Y eso, al parecer, tiene estilo.
Este ha sido el resultado, un poco largo de más (le tenía que haber pedido menos palabras), pero como experimento ha sido divertido e inquietante a la vez. Ahora que la IA ha llegado para pensar y expresarse por nosotros, amén de otras muchas tareas, seguir haciéndolo por nosotros mismos tiene su punto ¿a que sí?
Ahí lo dejo.
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¿Negro con manchas o blanco manchado? |
PD. Otro día le preguntaré por las fotos. Pero eso, otro día.
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