domingo, 28 de febrero de 2021

El Calendario

Gato de paso

Yo nunca me compro calendarios aunque me gusta rodearme de ellos. Ya se que ahora el calendario y la agenda te los lleva el teléfono, pero a mi siempre me ha gustado apuntar los eventos familiares, médicos y de diverso pelaje en el calendario de la cocina. Ese es el principal, la hoja del mes en curso pegada con imanes en la nevera. Y no es pequeño, es tamaño oficina, que siempre pido en el trabajo que me guarden uno y así lo hacen. De La Gráfica, para más señas; con unos números a prueba de miopes, y el santoral y los cuartos de luna a tamaño natural.

También tengo uno pequeño de mesa para el trabajo y otro más, de los de colgar, que normalmente lo pido en el banco, pero que este año ni se me ha ocurrido ir a buscar. Así que sin saber si iba a conseguir mi calendario de La Gráfica, ni el del banco, ni siquiera el pequeño que siempre me lo traía el bueno de Manuel Mirón del SCRATS, y que tampoco ha podido ser, llegó el nuevo año totalmente huérfano de calendarios. Que dirás que vaya tontería, y lo será, pero para mi, animal de costumbres, lo de no tener calendario donde apuntar mis cosas me supuso una desazón tal, que en el pequeño reproduje el mes de enero en la última hoja, y en la tapa, por lo que pudiera pasar, el de febrero.

Y enero pasó sin calendario, pero en febrero me llevé la alegría de que en la oficina me habían guardado el de La Gráfica y que mi cuñada Mari, sabiendo de mis anhelos, me había comprado un pequeño calendario de sobremesa, así que solo me faltaba el del banco, que podría haber pasado de él, pero pudiendo, hice lo que nunca en la vida: me compré uno en Carrefour. De gatitos. Había varias opciones. Pero fue de gatitos, y aquí lo tengo frente a mí mientras escribo, con un gatito sonriéndome todo el mes y a punto de conocer al siguiente (mes y gatito)

Y es que siempre me han gustado los gatos. No es que no me gusten los perros, que también, aunque lo que siempre he tenido han sido pájaros, que ocupan poco y no hay que salir a pasearlos, ni recoger cosas calientes con la mano y eso... Mira, con los gatos no se pasea y, por lo tanto, tampoco hay que recoger nada, un punto a su favor en mis preferencias. Además los gatos son aseados, van a su bola y te hacen caso cuando quieren... y ronronean. Eso sí, no te defienden ni dan saltos de alegría cuando te ven, ni siquiera babean o ladran a horas intempestivas. A cada cual lo suyo. De los pájaros ya hablaré otro día, aunque ya lo he hecho en alguna ocasión hace tiempo: Epi. (esto es un enlace a la vez que me dio por hablar de los pájaros que he tenido, aunque ya hay que actualizarlo)

Pero hoy va la cosa de calendarios y gatos, que siempre acabo por los Cerros de Úbeda, así que, por si alguien tiene o ha tenido esta desazón mía, aquí le dejo unos gatos por si quiere confeccionarse un calendario con el que aliviarla, que ya hemos liquidado dos meses y mañana empieza marzo.

Enero

Febrero

Marzo

Abril

Mayo

Junio

Julio

Agosto

Septiembre

Octubre

Noviembre

Diciembre

PD. Para mis amigos Lola y Montesinos, que están teniendo un calendario muy apretado


sábado, 20 de febrero de 2021

En un Cortijo

 
Para visitar

Para hornear

Para guardar y colgar

Para trabajar

Para comer

Para moler

Para entrar

Para reparar

No se debe entrar en ningún sitio particular al que no hayas sido invitado. Regla universal que no requiere de mayor explicación. Si el lugar está abandonado, semiderruido y un poco dejado de la mano de Dios, tampoco se debe entrar. Aunque si se te ha escapado el animal de compañía (de dos o cuatro patas) y pretendes recuperarlo, por ahí podría haber algún resquicio a la regla. Y si no tienes más excusa para hacerlo que la innata curiosidad, pues entonces entra con cuidado, mirando donde pisas, al techo por si se derrumba, echa un vistazo rápido, satisface tu curiosidad y sal haciéndote el loco. 

sábado, 13 de febrero de 2021

El Hacha

Ya va faltando el siguiente... sin pelo, con gafas y tripita...
 

Hacha de mano. (Edad de piedra)


Piedra de mano (Edad de...)

Es lo que tiene el campo, que está lleno de cosas; como diría mi sobrino Agustín: cabras, aves, lombrices, gusanos y... de todo un poco. Bueno, pues con esa gran diversidad, cada paseo se convierte en una aventura. Sin exagerar.

El asunto del paseo tiene su aquel, que no es lo mismo salir a andar, que a pasear. A andar se sale y no se para durante la media, o la hora prevista para la actividad. Pasear es otra cosa, aunque vayas a buen ritmo, te puedes parar e investigar a tu alrededor... En ciudad es más aburrido... sí que es verdad que hay mucho que ver... escaparates... pero si quieres llevarte algo que te llame la atención, te cuesta la pasta; y ya a estas edades, aunque sigues mirando de reojillo todo lo que la calle te ofrece, no te vas a poner a investigar... un poco por vergüenza torera, y un mucho porque no te dejan. Darte un capricho en el campo, en cambio, sale mucho más económico y además no haces pasar vergüenza ajena: puedes parar y hacer una foto, o las que quieras -sin parecer un turista, como en la ciudad-, puedes coger unas almendras olvidadas en un árbol, un cogollito de brecol abandonado, unas espinacas silvestres o  hasta una lechuga... 

La otra tarde, durante el paseo, subimos al cerro para ver la puesta de sol, aquí hay unas puestas de sol chulísimas, como en muchos otros sitios, pero como yo estoy aquí, pues como que me fijo más en estas. A lo que iba, en el cerro hay una escombrera abandonada, tanto que uno de los taludes está cuajadito de madrigueras, que por el tamaño pueden ser de conejos o de zorros; de las dos cosas a la vez, no, que son un poco incompatibles. Serán conejos, porque hay muchas.

La escombrera no es gran cosa, sería mejor una cantera, pero bueno, es lo que hay y además de los escombros de rigor, encuentras muchos semifósiles vegetales muy originales, de los que ya tengo una buena colección. Mirando a ver, entre la montonera encontré una piedra, bueno, dos, pero la primera me llamó la atención porque es totalmente distinta al tipo de rocas del entorno y porque tiene una forma peculiar que hizo volar mi imaginación al Paleolítico y las hachas de mano de la época. 

Por supuesto, me la traje a casa, encendí el ordenador y escribí en el buscador: "hacha de mano" y ante mí aparecieron tropecientas fotos de hachas de las de ahora, de las de hoja metálica y mango de madera... ¿qué sabe Google lo que yo busco? y añado "hacha de mano de piedra". Ahora sí, ahora se despliega ante mí lo que yo esperaba la primera vez: un montón de fotos de hachas de piedra prehistóricas de todas las formas y colores. Y una que se parece a la mía...

Si que es verdad que la de internet aparece toda talladita y trabajada, pero la mía, aún siendo más basta, cumple con la forma y tipo de material, y vaya, que no todos los trogloditas tenían por qué ser igual de mañosos tallando sus hachas. Mi hacha es muy amanosa, agradable al tacto y si me pongo a usarla, seguro que soy capaz de, al menos, abrir una almendra con ella. Así que, para mí, es un hacha paleolítica, pero si vienen de Patrimonio a preguntar, se encontrarán con una simple piedra de la escombrera del cerro.

El otro día un libro, hoy una piedra. ¡Uno es de aficiones intensas pero económicas!

A mi sobrino Agustín por inspirarme.




lunes, 8 de febrero de 2021

Sorpresa Literaria

Obra

Dedicatoria

Hace tanto que no relato, que ya no se ni como empezar. Lo haré desde el principio y veremos como acaba.
 
En un momento indeterminado, pero no muy lejano, nos vimos agraciados con un lote de libros de lo más variopinto procedente de la muy extensa, y a punto de explosionar, biblioteca de la abuela materna de mis hijas. Y me refiero a ellas, porque fueron las destinatarias del “voluminoso” regalo. 

Como ambas son y han sido ávidas lectoras (como su abuela), fueron elegidas para “aligerar” la compacta biblioteca y así dejar sitio a las nuevas adquisiciones. Una vez examinado el heterogéneo conjunto, y comprobado el escaso entusiasmo de las destinatarias, se produjo un corto debate, entre donarlo para reciclar, regalarlo a una biblioteca escolar, o admitirlo en el seno familiar. Triunfó una minoría reforzada y se quedaron en casa. Cosas de la democracia familiar.

Los libros, libros son, y entre los treinta y tantos objeto de estas líneas, no habrá más de dos con temática similar: Novelas, ensayo, poesía, historia, biografías, más novelas… en fin, un totum revolutum de lo más revolutum imaginable. Ejemplos: Historia de la Literatura Española (Siglos XII-XVII) edición de 1943; Submarino, de Lothar-Günther Buchheim, 1975; Las Aventuras de Don Bosco, (Segunda parte) Bajo el reinado de Pio IX, de Hugo Wast, 1952; Duquesa Inés, de Rafael Pérez y Pérez, 1934; La Estepa, de Anthon Tchekhov, 1930; y Obras Completas (Tomo I), Castellanas. Nuevas Castellanas y Extremeñas, de José María Gabriel y Galán, Séptima Edición,1924… y así los treinta y tantos…
 
Encontraron acomodo todos juntos en ochenta centímetros de librería, que conseguimos liberar para albergar tan disperso legado. Y ahí quedaron, acogidos como hijos pródigos, pero olvidados y fuera del circuito de la actividad familiar. Parecerán pocos ochenta centímetros, pero comparados con la capacidad de una tarjeta de memoria del tamaño de una uña, en la que se puede encajar con soltura toda una biblioteca de barrio, son una inmensidad de espacio.
 
Y llegó la pandemia y con ella, el confinamiento, y las largas y oscuras tardes de invierno, y tiempo para hacer cosas para las que nunca hay tiempo… como ordenar una librería, por ejemplo. Y los libros pródigos vuelven por un instante al circuito familiar; con tiempo, no solo para ordenarlos por estatura (yo siempre los ordeno por estatura), sino para hojearlos, curiosear entre sus páginas, firmas, fechas, dedicatorias… y aparecen flores secas delicadamente escondidas en algunos ejemplares, estampas de santos, recordatorios de comunión o de defunción, jaculatorias, recortes de prensa, fotos, anotaciones en los márgenes… todo un mundo interior oculto dentro de los ochenta centímetros.
 
Prácticamente todos lucen en alguna de sus primeras páginas el nombre del propietario (no siempre coincidente con el de la donante), y/o si ha sido objeto de regalo, la dedicatoria del regalador, o un comentario de la regalada. Incluso los hay de ida y vuelta, sí devuelta… ¡en fin! Todos esos detalles los hacen únicos y diferentes a cualquier otro de su misma edición, lo que en la mayoría de los casos resulta magnífico, porque con leer esas primeras líneas ya hay suficiente, si el resto no es de interés.
 
Pero esta historia lo es porque la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, y entre todo ese batiburrillo de libros, notas, flores, papeles, recortes y dedicatorias, de repente apareció algo diferente: un poema del autor a modo de dedicatoria en una edición publicada en 1927… cuando este había fallecido en 1905 y que recojo en las fotografías del principio.
 
Esta paradoja había que investigarla y tras buscar y rebuscar en internet, el resultado fue el siguiente: Son los últimos versos de un poema llamado Canción, el último de Las Nuevas Castellanas y que según nota al pie en la página 255, fue «La última que escribió el autor, pocos días después de la muerte de su padre, y pocos también antes de la suya propia».
 
A la postre, un homenaje del editor a un poeta que, como tantos, se fue antes de tiempo. Y yo, no me puedo resistir a reproducir el poema completo de un libro, que emergió una tarde de confinamiento, de un anaquel olvidado.


José María Gabriel y Galán

Canción

No piense nunca el lloroso

que este cantar dolorido
es un capricho tejido
por la musa de un dichoso.
No piense que es armonioso
juego de un estro liviano;
piense que yo no profano,
ni con mentiras sonoras,
las penas desgarradoras
del corazón de un hermano.

Una canción de dolores
me piden mis padeceres,
tal como ayer mis quereres
pidieron cantos de amores;
que así como son mayores
si se cantan los contentos,
así los tristes acentos
de las trovas doloridas,
si no curan las heridas,
amansan los sufrimientos.

Mis penas son tan vulgares…
como esas espinas duras
que erizan las espesuras
de todos los espinares.
Más hondas son que los mares…
más hondas y más sombrías
que un horizonte sin días,
pues no hay abismo tan hondo
como el abismo sin fondo
de unas entrañas vacías.

Dios me las hizo de fuego…
¿Por qué no les dió dureza
si quiso su fortaleza
probar golpe a golpe luego?
¿Por qué enriqueció con riego
de sementera de amores
huerto que sabe dar flores,
si luego les manda días
de matadoras sequías
Y vientos asoladores?

¡Ay! Al llegar a las puertas
de la tarde de mi vida,
voz de los cielos venida
me ha dicho: —¡Ya están abiertas!
¡Entra y no conviertas
la mente a tiempos mejores
que en vez de aquellos amores
de santidades pristinas
verás las desiertas ruinas
del solar de tus mayores!

—¡Mejor es cegar, Dios mío!
¡Mejor es ir paso a paso
cayendo hacia el propio ocaso
solo, con pena y con frío!
¡Mejor es ir al vacío
que a ruinas y sepulturas!
¡Mejores son las negruras
de la noche más sombría,
que las negruras del día,
que son dos veces obscuras!

Así, loco de dolor,
dije con vil vocecilla…
¡Esto que tengo de arcilla
fue quien lo dijo, Señor!
Pero esto que es resplandor
de ti, venido hasta mí,
cuando tu rayo sentí
bien sabes tú que te dijo:
«¡Señor! La frente del hijo
tienes rendida ante ti!

Con solo llorar mi suerte,
con solo dejar abierta
de tal herida la puerta,
muriera de triste muerte.
Mas, hijo yo del Dios fuerte,
me he resignado a vivir,
y voy dejándome ir
sobre el polvo de la senda
caminando a media rienda
por el campo del sentir.

Porque si rindo la frente
sobre las manos crispadas,
si hacia las ruinas sagradas
dejo que vaya la mente,
si de mi llanto el torrente
dejo que anegue mi vida,
si abriese más esta herida
que en lumbre de fiebres arde,
viviera como un cobarde,
muriera como un suicida.

¡Quiero vivir! Las dulzuras
de los gozados placeres,
con hieles de padeceres,
se tornan del todo puras.
Visión de mis desventuras:
¡Yo no te cierro mis ojos!
Camino de los abrojos:
¡Yo no me cubro las plantas!
Cruz que mis hombros quebrantas:
¡Yo te acepto sin enojos!

¡Quiero vivir! Dios es vida
¿No veis que en vida convierte
la ancianidad que en la muerte
Cayó con dulce caída?
¿No soy yo vida nacida
de vidas que a mí se dieran?
Pues vidas que en mi se unieran,
si vivo, no han de morir,
¡Por eso quiero vivir,
porque mis muertos no mueran!

¡Y no morirán conmigo,
que el huerto de mis amores
está rebosando flores
que pinta Dios y yo abrigo!
¡Y atrás el cierzo enemigo
de esas mis vivas canciones
pues son santos eslabones
de una cadena florida
para corona tejida
del Dios de las creaciones.

¡Quiero vivir! A Dios voy
y a Dios no se va muriendo,
se va al Oriente subiendo
por la breve noche de hoy.
De luz y de sombras soy
y quiero darme a las dos.
¡Quiero dejar de mí en pos
robusta y santa semilla
de esto que tengo de arcilla,
de esto que tengo de Dios!