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España es el país de la Unión Europea en que el personal se casa más talludito, tanto que en 2022 liderábamos el ranking con 36,8 años ellos, y 34,7 ellas, y no parece que en 2025 haya mejorado la cosa. Aunque en esto, como en todo, siempre hay alguien que se salta las estadísticas, y en este caso, lo han hecho Esther y Benjamín. Teniéndolo claro ¿para qué esperar?
Exagerando un poco, hace nada recuerdo haber visto a Rodrigo y Benjamín llegar del cole con los pantalones cortos del uniforme, arrasando con lo que pillaban por medio en la inmensa cocina familiar, y de repente, entre noticias de nieto y nieta, se cuela ¡Benjamín se casa en diciembre! Sí que es verdad que el tiempo pasa en un santiamén, pero esta vez el lapso se me ha hecho más corto de la cuenta. Estos Alonso-Alfonso funcionan contra corriente.
Reconozco, Benjamín, que me has pillado con el pie cambiado 😲. Sí que es cierto que he exagerado un poco y la realidad es que hemos coincidido en más ocasiones después de lo de la cocina, pero reconozco que no te he seguido la pista como es debido. Mea culpa, aunque en mi descargo, -mala excusa-, he de decir que el volumen de eventos que genera tu inmensa familia es tal, que uno se pierde irremediablemente alguna temporada, y a pesar de todo, ¡qué alegría ser convocado de nuevo a participar en una nueva celebración familiar!
Te lo voy a contar a ti, porque nos conocemos poco y esta historia solo la saben los protagonistas, así que bien está si ampliamos el círculo empezando por el principio. A medio camino entre la adolescencia y la juventud conocí a tus padres. Aún con pantalones cortos empezamos nuestras andanzas con una enorme pandilla en Campoamor. Año tras año, durante las vacaciones nos reuníamos como si no hubieran pasado los meses, y durante ese tiempo se fue consolidando una amistad que dura hasta ahora.
Aunque pueda parecer lo contrario, pocas cosas han cambiado en las relaciones entre chicos y chicas desde entonces, sólo de nombre. No había whatsapp ni redes sociales, pero nos comunicábamos mediante el teléfono -ese que tenía un dial en el que meter el dedo para marcar un número- y con el que pasábamos horas y horas de cháchara hasta que nos obligaban a colgar.
El otro medio de comunicación era la carta, algo parecido a la invitación de boda metida en un sobre que amablemente nos hicisteis llegar, aunque en vez de con un lacre, la cerrábamos pasando la lengua por el borde engomado y le poníamos un sello. Así nos comunicábamos en la distancia. Hacíamos nuestras fiestas con música y bebidas, que entonces se llamaban guateques, íbamos a la playa (como ahora) y hacíamos excursiones y chocolatadas en medio de la pinada que nos rodeaba.
Cuando recordé la escena de Rodrigo y tú volviendo a casa muertos de hambre, me vino a la memoria otra similar cuando llegábamos a casa de tu abuela Ana Mari, a la que tanto hemos echado de menos, después de nuestras clases en la piscina, y nos preparaba unos bocadillos de "fuagras" que devorábamos con el mismo entusiasmo que vosotros.
Y mira, entre unas cosas y otras, tus padres se casaron y nos dejaron la misma imagen de complicidad que vosotros con más de cuarenta años de diferencia. Sin prisa pero sin pausa el tiempo ha ido pasando y seguimos compartiendo buenos momentos y en muchas ocasiones, especiales también.
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| El benjamín se ha hecho mayor |
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| ¡A por todo! |






Como siempre, un placer leerte, Fernando!
ResponderEliminarDe tu “sobrino” David 🤙🏻
Recuerdo con mucho cariño tus palabras hacia Elena y a mí, y hace ya ocho años…
ResponderEliminarUno tras otro, y tú tampoco fallas.
Como siempre, un gusto leerte, Fernando.
Abrazo grande y a seguir sumando,
Pablo.
Qué emoción siento. Agradecida siempre.
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