A ver que tonterías se le han ocurrido a este ahora.
Tonterías son porque no alcanzan la categoría de relevantes. No va a sobrevenir catástrofe alguna y ni tan siquiera saldrá nadie mal parado.
Son dos anécdotas cotidianas con un denominador común: El 092. Ese número telefónico que todos identificamos con la Policía Local (Municipal) y que se nos viene a la cabeza cuando pensamos que tenemos un "sucedido" que encaja en sus competencias, como son las de atender peticiones y sugerencias de los vecinos, manteniendo un contacto directo con la comunidad, así como cooperar con el funcionamiento de la sociedad y contribuir al bienestar y calidad de vida de los ciudadanos.
Tras el preámbulo, las anécdotas. Por orden cronológico:
La cartera. Un día cualquiera y habiendo desistido de encontrar aparcamiento en superficie en esta bendita Murcia, acabamos en uno de los parking subterráneos que tenemos a nuestra disposición a una media de 2 euros la hora. Debajo del coche de al lado, al bajarme, vi un pequeño bulto oscuro que de primeras identifique con una bolsa o papel arrugado, pero tras echarle una ojeada más detenida, decidí cogerlo y resultó ser una cartera de bolsillo. De tamaño, como la mía, pero sobrealimentada, petada de tarjetas, papeles y... pasta. Casi redonda del relleno que llevaba. Toda una vida dentro.
Preguntamos en la caseta del parking y no supieron darnos razón, así que como portaba dinero, nos la llevamos pensando en el método más seguro para que llegara íntegra a su dueño. Fácil, llamar al 092 y que nos digan como proceder. Una telefonista muy amable me da un teléfono de la Policía Local al que llamar para informar del incidente. Pues vale, llamamos al siguiente teléfono (objetos perdidos) y resultó que no atendían porque estaban fuera de su horario. ¡Vaya por Dios! Llamamos al parking (ya habían pasado unas horas) y nos dijeron que sí, que alguien había ido preguntando, pero que no había dejado teléfono. Total, que seguíamos en las mismas.
Hasta ese momento no habíamos indagado en el contenido de la cartera por no creerlo necesario, pero viendo que iba a seguir en nuestro poder, miramos el DNI para ponerle cara al seguramente afligido propietario, y resultó ser un varón de unos cuarenta y tantos, domiciliado en... !Gran Canaria! Un poco lejos, así que investigamos más el contenido y encontramos varias comunicaciones oficiales dirigidas a nuestro sujeto en una dirección de la Capital, y allá que nos fuimos. Mal ayudados por Google Maps, ese que cuando le pides que te lleve a un sitio andando, te marea por los alrededores con una luz azul que parece que te lleva, pero no, conseguimos encontrar la vivienda.
Las 11 de la noche y una voz recelosa al telefonillo.
-¿Fulanito de Tal?
-Sí, es aquí ¿Quién lo busca?
- Pues mire usted, (perorata explicativa)
- Ah! es mi hijo. ¿Suben o bajo?
Mal entendido mediante, ni subimos (son las 11:00) ni bajan. Unos minutos después, el telefonillo de nuevo:
- Creía que subían
- No, gracias, es tarde
- Bajo, bajo
Hasta las 12 de la noche de charla en el portal, al rato se incorporó la esposa, tras los mil agradecimientos de rigor, lo típico que pasa con la buena gente, que te pones, te pones, empiezas con de dónde eres, sigues con el a qué te dedicas, continuas con los hijos... y al final, amigos de toda la vida tras el ratito en el portal. Te vas con la satisfacción del deber cumplido, y con el run, run de que si la Policía Local hubiera sido más eficiente, te habrías perdido esta historia.
La silla. Esta anécdota me resulta totalmente surrealista. De buena mañana salgo al balcón para tantear el día; hace fresquito ¡por fin!, se aventura un día limpio y bonito, el monte al fondo se recorta bajo un cielo azul, el colegio de enfrente comienza su bullicio mañanero con la llegada de infantes desaforados y padres acelerados, que ya describí en 2010 en: Cuando Ruge La Marabunta y que sigue igual quince años después. En la calle salón a mis pies, un perro responde a los ladridos del de mi vecino del primero, que es muy de saludar a todo el que pase. Y ahí, en la esquina en que confluyen la peatonal con la rodada, hay varias casetas de transformadores desde que urbanizaron la zona.
Pues resulta que estas casetas -que tendrán más de dos metros de altura-, desde siempre han albergado en su techo cachivaches de todo tipo, que como no se encuentran a la vista, pues perduran en el tiempo, hasta que, supongo, alguien de mantenimiento, que se conoce el tema, los retira de vez en cuando. También se sube la chiquillería a gamberrear o fumar con los pies colgando, encantados de conocerse. Lo normal.
Pero lo que no es normal fue lo que vi ese día en el tejado de las casetas: ¡Una silla de ruedas! Claro ¿Quién se espera una silla de ruedas ahí arriba? Lo más lógico, una gamberrada con muy mala baba porque seguro que al usuario y su entorno le ha supuesto un disgusto importante. Yo lo del milagro de "levántate y anda" y ¡Ahí te quedas, silla! no acabo de verlo, así que me quedo con la gamberrada.
Sin mucha fe, pero ¿a ver a quién recurres? vuelvo a la carga con el 092.
- Buenas, está llamando a la Policía Local ¿Qué desea? (Amable telefonista)
¡Qué voy a desear! Pues le cuento la historia, lo más serio que puedo, le pregunto si hay algún servicio del Ayuntamiento que se pueda hacer cargo del tema. No sabe, titubea, silencio... Insisto:
- Es que no se a quién recurrir para encontrar al dueño de la silla, que seguro la echa de menos. Más silencio...
- Usted dirá... sigue el silencio.
- Bueno, pues nada, gracias, ¡adiós! (Esto último, seguro que ya me lo estaba diciendo yo solo), ella se había ido hacía rato... La silla sigue ahí, encima del transformador, al usuario seguro que ya le han buscado otra. Y la vida sigue con su monótono tran, tran.
¡Qué pereza llamar al 092!



Muy bueno Nando ( Jose)
ResponderEliminarEncantador el lado humorístico de tuus historias.
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