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Kit básico para un resfriado |
¡Ya me lo maliciaba yo! El pasado
miércoles ¿o fue el jueves?, tuve la mala ventura de coincidir en el espacio y
en el tiempo con un magnífico chaparrón, de esos con los que se inaugura el
otoño.
La cosa no habría tenido la menor
incidencia de no ser porque, a pesar de mi previsión de chubasquero y
pantalones de agua en el maletero de la moto, el chorreo de agua por ambas
prendas alcanzó mis desprotegidos pies, calcetines y zapatos incluidos,
organizando una incomoda cataplasma acuosa, incómoda, a la par que molesta, de
tal modo que el agua salía por las puntadas de mis mocasines a cada paso que
daba, con un leve ¡flus!, ¡flus!
En llegando a casa, me cambié
rápidamente, puse todo aquello a escurrir y ya sequito me olvidé de la mojadura.
Pero sí, sí, yo me olvidaría, pero mi cuerpo serrano comenzó a gestar uno de
esos catarros, que siempre a traición, por supuesto, se me instalan dentro, con
unos síntomas, desarrollo y finalización calcados los unos de los otros y que
me permiten predecir desde el primer y leve picorcillo de garganta, lo que se
desencadena a continuación y que paso a describir, obviando los detalles más
asquerosos, porque aún no es Halloween.
Pues como decía, la cosa empieza –siempre
con un día por medio del origen- con un raspar en la garganta por la zona
amigdalar, similar al producido por un trozo de corteza de pan mal dirigido, o
similar. Como aún hay esperanza de que el síntoma se deba a ese motivo, o a
algún ronquido de más, uno empieza a tragar saliva para suavizar la zona, y de
momento la cosa funciona.
Pero no, esa misma noche del
segundo día tras la mojadura, la garganta comienza a doler a rabiar y sin
distinción de lado, con lo que por mucha saliva que tragues, el proceso ya no
hay quién lo pare.
La cosa empieza a producir
mucosidades diversas, tracto respiratorio arriba y tracto respiratorio abajo,
obligando a echar mano del kit del resfriado, que como yo,
imagino, cada cual tendrá el suyo, incluidos los remedios de la abuela.
El principal problema de las mucosidades,
es que no te las puedes quedar dentro, bueno, podrías, pero no es aconsejable,
por lo que se plantea el dilema de cómo y donde deshacerte de ellas. Algunas
son de fácil tratamiento y salen por la nariz camino del cleenex de turno,
discretamente o mediante sonoro trompeteo, según lo permitan el momento y las
circunstancias, hasta que de tanto ir y venir el pañuelo a la nariz, esta se
pone como un tomate y más sensible que el culete de un bebé.
Estamos ya en el tercer y cuarto
día del proceso, y la mucosidad del tracto respiratorio inferior empieza a
pedir pista, y sientes como si una garra malévola te estrujara eso que llaman
los bronquios, y es que la cosa se te ha instalado en esa zona, como acreditas
con unas sonoras y cargadas toses. Momento delicado, porque de ahí te puedes ir
a una bronquitis, a una pulmonía, a una neumonía o a alguna otra “ía” o "itis". Nos ponemos en lo mejor: el catarro de toda la vida y nos
centramos en aliviar la zona de la molesta mucosidad por los procedimientos que
todos conocemos y que no voy a detallar (por respeto) y que resultan
especialmente desagradables para nuestros vecinos más cercanos.
Durante esta etapa del proceso, te
duele todo el cuerpo de tanto toser y moquear y encima se te pone una voz a mitad
de camino entre John Wayne y el Pato Donald, que sirve para que todo el que te
rodea identifique tu mal y se aparte de ti como de un leproso para que no se lo
pegues. Importante, beber mucho líquido, para fluidificar todo eso que anda por
ahí.
Llegando al sexto día, diríamos
que ha pasado lo peor: ya no duele la garganta, la congestión nasal va
remitiendo aunque queda un molesto hilillo acuoso-mocoso que no para, como si
tuviéramos el Lago Ness instalado en los senos nasales, y que empapa pañuelo
tras pañuelo para nuestra desesperación y la de nuestra escocida nariz. En lo
que respecta al pecho, las toses se hacen más espaciadas y solo te duele cuando
te ríes, estornudas, o te palmean la espalda con entusiasmo.
Y a poco llegas a la semana desde
el inicio y la cosa está dominada. Casi con el cronómetro en la mano, el ciclo
se ha completado y ya solo te queda superar las secuelas, que entre unas cosas
y otras, se alargan una semanita más, aunque ya bastante más llevadera.
Ya para terminar, porque estoy
entre el cuarto y quinto días y me encuentro hecho unos zorros, no me queda más
que recordar aquello de que los resfriados duran una semana, aunque tomando
medicamentos, remedios o pócimas diversas, en siete días, te los has ventilado.
¡Ah! Se me olvidaba, mi kit
del resfriado está formado fundamentalmente por mucolíticos,
antiinflamatorios, gotas nasales, y acetil-salicílico como fundamentales, y ya
a demanda, por antitusivos, antitérmicos, y cualquier otro “antialgo” del que se pueda echar mano para aliviar la situación,
amén de varias toneladas de pañuelitos de papel.
¡Cuidaos mucho!