Prueba del nueve |
Cuando yo iba al colegio y aún no existían las calculadoras, la forma más científica que teníamos a mano de averiguar si el resultado de la operación que habíamos realizado era correcto, era aplicarle la prueba del nueve.
Han pasado muchos años y ya casi nadie se acuerda de aquella prueba, prima hermana de esa otra del algodón: el algodón no engaña. Esto es, era una forma sencilla de averiguar si se había seguido el camino correcto, al margen de otras consideraciones más complejas.
Últimamente nuestra sociedad se está cuestionando su propia forma de existencia y prueba de ello es que no damos pie con bola, ni en la política, ni en la religión, ni en la educación, ni en la economía, ni en muchos aspectos de nuestra supercivilizada existencia. Sí que parece que lo único que funciona para movilizar a las masas con un objetivo común - en el sentido de juntar mucha gente para ir/hacer/ver algo no estrictamente necesario para el crecimiento personal, y además pagando -, son los deportes y los espectáculos musicales. Pero esto ya lo inventaron los romanos para entretener al pueblo y les duró hasta que los hunos les pasaron por encima.
Yendo al tema de la educación, cuya bandera ondea al viento que sopla según el partido político que se encuentre en el gobierno y que da más pasos hacia atrás que hacia adelante. En la que las reformas que se proponen siempre encuentran más detractores que partidarios, que los informes de Pisa nos dejan a los pies de los caballos un año sí y otro también, en la que se predica la excelencia pero se recorta el trigo para que funcione, y en la que, por no seguir, los docentes están hasta el moño de sentirse ninguneados, sableados, manejados, agredidos, desautorizados, deprimidos y sin posibilidad de enfermar para que no les quiten parte de sus mermadas pagas.
En esa educación en la que prima la ley del mínimo esfuerzo, en la que se ha vuelto la tortilla y el que tiene que dar explicaciones es el docente y el alumno el que las requiere y en la que las fórmulas clásicas de reivindicación: huelgas, manifestaciones, pitos y palmas no dan el más mínimo resultado, en esa, es en la que hay que echarle imaginación para que las reclamaciones surtan efecto.
¿Y que hacer? Pues someter a la sociedad y a quienes la gobiernan, ya sea desde el Estado o desde las autonomías a la "prueba del 10". ¿Y qué es eso de la prueba del 10? Pues muy sencillo, dado que los docentes, ya sean maestros de educación infantil, ya catedráticos, doctores, profesores de educación primaria o secundaria, maestros de taller, universitarios, etc. etc. aún no han perdido una de las atribuciones distintivas de su profesión, como es la de evaluar los conocimientos de sus alumnos, yo propongo, -como medida de protesta global y a fin de cambiar el sistema educativo desde abajo hacia arriba, obteniendo el compromiso de la clase política de llegar a acuerdos y de mantenerlos al margen de los vaivenes electorales, para conseguir una educación de calidad a todos los niveles-, que en estas fechas de final de curso, examinen a sus alumnos y ejerciendo su potestad calificadora, les puntúen con un 10.
Exámenes orales o en las pizarras. Pregunta, respuesta y... un 10. Desde la educación infantil, con cuatro o cinco añitos, hasta el master en telecomunicaciones. Un 10 en cada asignatura. Un 10 de media en el curso. Examen de la PAU, un 10. Oposiciones, un 10. El MIR, un 10 y todos los médicos a estudiar especialidad. Todo estudiante matriculado en el sistema educativo, acabando el curso con un 10. Vamos, un boicot positivo al sistema en toda regla. Sin problemas de orden público, sin algaradas callejeras, sin guerras de cifras sobre mayores o menores seguimientos de las acciones reivindicativas. Todo muy pacífico.
Y todos contentos, los alumnos, los que más: sin pegar un palo al agua, un sobresaliente de regalo; los padres felices de no tener que bregar con sus hijos en vacaciones y de pagar menos tasas el curso siguiente; los docentes encantados de no tener que hacer recuperaciones ni de dar explicaciones, de no tener que hacer huelgas ni "manifas" para hacerse escuchar y de pasarle la pelota a las autoridades educativas, que tendrían que ponerse las pilas para pagar todas las becas a que se harían acreedores los poseedores de tan magníficas notas, habrían de aumentar las plazas de acceso en las universidades y ciclos formativos para acoger a esos 100 x 100 de sobresalientes, vamos, que tendrían que hacer filigranas para que no se les colapsara el sistema. Eso sí, para que esto funcionara, habría de tener una incidencia cercana al 100%.
¿Que harían las autoridades educativas ante tal avalancha de 10eces? ¿Sancionar? ¿A quién y porqué? En la relación profesor-alumno en cuanto a la evaluación y calificación de este último, el primero que podría reclamar sería el alumno ¿Y qué alumno se iba a quejar de que le pusieran un 10? En cuanto al nivel de conocimientos para hacerse acreedor a esa nota, quién mejor que el profesor para decidir si las respuestas a sus preguntas son merecedoras de un 10. En los exámenes orales las respuestas se las lleva el viento y en las pizarras, los borradores.
Algo parecido a una huelga a la japonesa, pero mucho más gratificante para los involucrados y tremendamente inoportuna para los gobernantes.
Así que, ¡Animo y a por la prueba del 10!
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