No se puede decir que seas coleccionista
si alguna vez no has coleccionado sellos. No es una afirmación científica ni
avalada por estudios o encuestas, ni siquiera será cierta, pero yo así lo
entiendo. Y es que la primera de las colecciones con cierta enjundia de la que
yo tengo recuerdo fue de sellos. Detrás de ella vinieron más, algunas de ellas
perduran y otras quedaron por el camino, como aquella de botes de cerveza que
alcanzó tales proporciones que acabaron saliéndonos por las orejas.
La de los sellos
ha sido y es una colección intermitente, abandonada y retomada en numerosas
ocasiones, y que ahora se encuentra en stand
by. Cuando la comencé, mi tesoro se apiñaba en una caja de cartón. En aquel
entonces el acceso a los sellos era sencillo y barato: todo consistía en echar
mano del correo que llegaba a casa y recortar el pedacito de papel con el
sello, para después separarlo con agua tibia y ponerlo a secar sobre un paño
limpio. Como puede apreciarse, un proceso manipulativo muy al alcance de
cualquiera.
Por aquella época,
nos hartábamos de juntar la cara de Franco teñida de todos los colores del arco
iris, también caían, de vez en cuando, algún castillo y los más preciados eran
aquellos que llegaban del extranjero. Total, que mi colección se componía casi
única y exclusivamente de sellos usados de franqueo ordinario. Con el tiempo
me enteré de que se podían comprar bolsitas con un puñado de sellos, bien de
España, bien del extranjero con preciosas imágenes, por unas modestas pesetas.
Franco |
El sello estrella
de mi colección era uno pequeñito, de color entre salmón y rojo oscuro, con la
cara de un personaje rodeada de unos caracteres absolutamente desconocidos para
mí, y que encima era antiguo. Yo estaba convencidísimo de que aquel ejemplar
valía una fortuna y lo cuidaba con celo pensando en las futuras riquezas que la
venta del mismo me acarrearían.
Aquella mi primera
colección pasó a un álbum de los que luego me enteré que se llamaban
clasificadores y donde colocabas los sellos uno detrás de otro tras una tira de
plástico transparente. Y desapareció. En el fragor de mis años estudiando fuera
y después en la universidad, el álbum desapareció con mi preciado tesoro y mi
entusiasmo por los sellos languideció durante una larga época en la que mis
intereses iban por otros derroteros mucho más gratificantes.
Juan Carlos I |
Fue un domingo, ya
casado y bien casado, paseando por la Trapería murciana y aprovechando que mi
joven esposa se entretenía haciendo de madre, me encontré en las Cuatro
Esquinas un grupo de personas en torno a un puesto callejero. Allí que asomé la
nariz y me encontré una mesa con una serie de cajas llenas de sellos usados,
que ya no recuerdo si eran a peseta o a duro la unidad o si dependía de la caja
que fueran a un precio o a otro. Y allí, aquel grupo de personas picoteaba las
cajas como las gallinas en el corral. Era un conjunto variopinto, mayoritariamente
masculino, de jóvenes, medianos y mayores que se arrimaban y buscaban hueco para
meter la mano en aquellas montañas de papelitos de colores. Al mando de aquel
ansioso batallón estaba Ricardo Castaño, flanqueado por su hermano Diego, que
le daba más a la parte numismática y por sus padres, que todas las semanas
liaban el petate en la cercana Orihuela, cargaban el coche de mesas plegables,
cajas, clasificadores, maletas y todo lo imaginable y plantaban sus reales en
las Cuatro Esquinas, un domingo sí y otro también.
Aquello me fascinó.
Tanto, que me convertí en asiduo durante varios años, aquellos en los que
madrugando los domingos, conseguía echar dos o tres horas rebuscando con afán y
almacenando un pequeño tesoro que al llegar a casa clasificaba con esmero. En
esa época definí mis gustos filatélicos: me decante por las colonias españolas,
por aquello del esplendoroso pasado y por lo colorido y variado de los sellos
coloniales; la emprendí también con la vieja Europa y sus colonias poniéndome
como tope los años cincuenta del siglo pasado; con España, por supuesto, el
Primer Centenario, (bastante inaccesible en sellos nuevos) y el Segundo casi
completo; además de las temáticas: los trenes, los barcos, los carruajes, los
globos aerostáticos, los submarinos...
Castillo de Biar |
En pleno auge de
la cosa aprovechaba los viajes navideños a Madrid para escaparme a la Plaza
Mayor y engordar mis colecciones. ¡Allí sí que había de todo! El único límite
era la pasta, como siempre escasa, aunque en sellos usados no era necesario
gastar grandes fortunas. Una aportación inesperada y que contribuyó a mi
entusiasmo por el asunto, fue el regalo de un antiguo Álbum de sellos de España,
que inopinadamente me hizo un compañero de trabajo, con algunas piezas y muchos
huecos, que pedían a gritos ser rellenados.
Como aquello
aumentaba tanto y había que clasificarlo de algún modo, además del Catálogo unificado de sellos
de España y Dependencias Postales de Edifil, me hice con una antigua
edición del Catalogue Ivert et
Tellier de Europa y Ultramar, en el que estaban todos los sellos habidos y
por haber del mundo mundial. Con él logré clasificar todo lo que iba
consiguiendo e identifiqué aquel sello antiguo que tuve en mi infancia y que
resultó pertenecer a una república balcánica y de un ínfimo valor. ¡Mi pequeño
tesoro!
En fin, todos los
subidones tienen un punto de inflexión y este llegó cuando mis hijas ya fueron
requiriendo mayor dedicación dominical y se cansaron de acompañarme a rebuscar
en las cajas; cuando la Fábrica Nacional de la Moneda y Timbre decidió emitir
sellos/pegatinas que ya era prácticamente imposible desprender de los sobres y,
fundamentalmente, porque dejó de utilizarse el sello postal para el franqueo de
correspondencia.
El Talgo |
Mi amigo Ricardo,
después de cambiar varias veces de ubicación por imperativo de la autoridad,
compró un pequeño local en un bulevar que hay a la entrada de la calle
Trapería, según bajas de la Plaza de Santo Domingo, a la izquierda, donde instaló
su negocio y allí me lo encontré hace unas semanas, y echamos un rato estupendo
preguntándonos por la familia y recordando aquella época. Allí está a
disposición de todo aquel que sienta el gusanillo filatélico e
incluso el numismático, que con esto del euro, parece que ha tomado cierto auge
entre los jóvenes coleccionistas. ¡Qué buenísimos ratos le debo a los sellos y
a toda aquella gente estupenda con la que compartía afición!
Gracias a los sellos aprendí más historia, geografía y arte de la que me pudieron enseñar en el colegio. Y ahí están mis álbumes y clasificadores, esperando el disparo de salida para continuar donde lo dejé. Tiempo habrá y mucho, cuando flaqueen las fuerzas para otras
actividades que requieren mayor desgaste físico y volver a las pinzas, la lupa
y los viejos catálogos sea una magnifica forma de ocupar el tiempo.
Fotos: Internet
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