El fútbol y la política tienen sus cosas, y algunas, en común. Ambos mueven masas, aunque la política últimamente se queda en "masillas"; también levantan pasiones, desde las más bajas a las más altas; tienen sus himnos y se los pitan al contrario. Cuando ganan, el mundo se queda pequeño para celebrarlo, y cuando pierden, es difícil que alguien levante la mano adjudicándose la culpa.
Así en estas y casi en paralelo, mis personajes de hoy vibraron con sus masas en la victoria, Mariano botó y botó en su balcón de la calle Génova a cada victoria en las urnas y Carlo fue vitoreado, manteado y homenajeado con cada trofeo conseguido. En esos momentos, el idilio con sus gentes es lo más, se juran amor eterno y lealtad hasta la muerte.
Pero, ¡ay del árbol caído!, que amarga es la "no" derrota, la "casi" victoria, el "segundo" puesto en la competición. Los cercanos te animan, están contigo, te valoran el trabajo bien hecho, pero... tras la palmadita en la espalda, las cañas se tornan lanzas y sin transición apenas, se buscan recambios. Los que tienen pasta, tiran de talonario, los otros, de la cantera. Estamos para ganar elecciones y sumar títulos, lo demás, se lo ha de llevar la corriente.
Y sí, hay una diferencia fundamental, el amigo Carlo, tiene un jefe y éste, a pesar de todos sus laureles, tiene el poder de ponerle de patitas en la calle y conseguir un recambio al día siguiente; en cambio, el no menos amigo Mariano, que nos saca de la crisis aunque no atine en las maneras, no tiene jefe que le despida y dé paso a la cantera. Quizá, como dijo el otro, deba mirarse al espejo, recibir un SMS con un "Mariano, se fuerte" y apartarse del camino para que su equipo pueda, quizá, remontar a final de temporada.
Sí, en efecto, vale tu discurso. (Así semos).
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