miércoles, 10 de diciembre de 2025

Contra Corriente

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España es el país de la Unión Europea en que el personal se casa más talludito, tanto que en 2022 liderábamos el ranking con 36,8 años ellos, y 34,7 ellas, y no parece que en 2025 haya mejorado la cosa. Aunque en esto, como en todo, siempre hay alguien que se salta las estadísticas, y en este caso, lo han hecho Esther y Benjamín. Teniéndolo claro ¿para qué esperar?

Exagerando un poco, hace nada recuerdo haber visto a Rodrigo y Benjamín llegar del cole con los pantalones cortos del uniforme, arrasando con lo que pillaban por medio en la inmensa cocina familiar, y de repente, entre noticias de nieto y nieta, se cuela ¡Benjamín se casa en diciembre! Sí que es verdad que el tiempo pasa en un santiamén, pero esta vez el lapso se me ha hecho más corto de la cuenta. Estos Alonso-Alfonso funcionan contra corriente.

Reconozco, Benjamín, que me has pillado con el pie cambiado 😲. Sí que es cierto que he exagerado un poco y la realidad es que hemos coincidido en más ocasiones después de lo de la cocina, pero reconozco que no te he seguido la pista como es debido. Mea culpa, aunque en mi descargo, -mala excusa-, he de decir que el volumen de eventos que genera tu inmensa familia es tal, que uno se pierde irremediablemente alguna temporada, y a pesar de todo, ¡qué alegría ser convocado de nuevo a participar en una nueva celebración familiar!

Te lo voy a contar a ti, porque nos conocemos poco y esta historia solo la saben los protagonistas, así que bien está si ampliamos el círculo empezando por el principio. A medio camino entre la adolescencia y la juventud conocí a tus padres. Aún con pantalones cortos empezamos nuestras andanzas con una enorme pandilla en Campoamor. Año tras año, durante las vacaciones nos reuníamos como si no hubieran pasado los meses, y durante ese tiempo se fue consolidando una amistad que dura hasta ahora.

Aunque pueda parecer lo contrario, pocas cosas han cambiado en las relaciones entre chicos y chicas desde entonces, sólo de nombre. No había whatsapp ni redes sociales, pero nos comunicábamos mediante el teléfono -ese que tenía un dial en el que meter el dedo para marcar un número- y con el que pasábamos horas y horas de cháchara hasta que nos obligaban a colgar.

El otro medio de comunicación era la carta, algo parecido a la invitación de boda metida en un sobre que amablemente nos hicisteis llegar, aunque en vez de con un lacre, la cerrábamos pasando la lengua por el borde engomado y le poníamos un sello. Así nos comunicábamos en la distancia. Hacíamos nuestras fiestas con música y bebidas, que entonces se llamaban guateques, íbamos a la playa (como ahora) y hacíamos excursiones y chocolatadas en medio de la pinada que nos rodeaba.

Cuando recordé la escena de Rodrigo y tú volviendo a casa muertos de hambre, me vino a la memoria otra similar cuando llegábamos a casa de tu abuela Ana Mari, a la que tanto hemos echado de menos, después de nuestras clases en la piscina, y nos preparaba unos bocadillos de "fuagras" que devorábamos con el mismo entusiasmo que vosotros. 

      

Y mira, entre unas cosas y otras, tus padres se casaron y nos dejaron la misma imagen de complicidad que vosotros con más de cuarenta años de diferencia. Sin prisa pero sin pausa el tiempo ha ido pasando y seguimos compartiendo buenos momentos y en muchas ocasiones, especiales también.

Entre los buenos momentos, un arroz en mi piso de estudiante, bandos de la huerta, y tantos otros. Entre los especiales, una vez que perdimos el tren en un viaje de vuelta de Madrid en Navidad, un expreso nocturno a las tantas de la noche y, aunque ya estaban para acostarse, tus padres no se lo pensaron y a bordo del "gorrino" (un Seat 850 azul con una mancha blanca en una aleta trasera) acudieron al rescate a la estación de Atocha y de allí a una gasolinera a las afueras de Madrid, donde esperaron a que nos recogiera un buen samaritano que nos llevó hasta Albacete para alcanzar nuestro tren hacia Murcia. 

El momento más especial que recuerdo fue el del día de mi boda. Yo vivía en un piso que habíamos alquilado, y ese día, mi familia venía de Cartagena y la de Marián estaba en su casa con los preparativos propios para el evento. Así que estaba más solo que la una. Tus padres me ofrecieron su casa para arreglarme, tu tía Ana hizo unas pechugas con bechamel para comer y entre todos me arroparon en aquel feliz momento. Para rematar, fueron tus padres los que me llevaron en su coche a la Catedral. El "gorrino" volvió a tomar protagonismo. Son muchos los momentos especiales que hemos compartido a lo largo de los años y los que queden por llegar.

Primeros "pinitos" con el arroz

El tiempo pasa en un pispás y desde entonces ahora se han sucedido los acontecimientos con una celeridad inusitada, tanta, que desde la foto del arroz hasta el pasado 5 de diciembre, de esa pareja tan sencilla que nos acompaña ha surgido la inmensa familia de la que formas parte, ese muro cada vez más consolidado del que ya he hablado en alguna ocasión.

Volviendo a ese 5 de diciembre, consecuente con la forma en que tus padres decidieron vivir su vida y dar las mejores herramientas a sus hijos para desenvolverse en ella, nos encontramos una vez más ante un altar, con un chico al borde de las lagrimas de emoción al recibir a la que será su esposa, con una cadena interminable de infantes que perpetuarán tu familia, junto a la que vosotros acabáis de formar y con un abrazo grande y cálido de toda vuestra gente, que os arropó y aplaudió en vuestro momento y que siempre estará ahí cuando los necesitéis, como lo han hecho tus padres cada vez que los he necesitado yo.

Fuisteis los protagonistas indiscutibles con esa energía propia de vuestra edad, que se atreve con todo y todo lo puede, en un banquete de bodas en el que no faltó un quinto frío, ni la música flamenquita, ni las conversaciones interminables, ni el toque gamberro, ni los detalles emocionantes... ni el cariño de todos y cada uno de tus hermanos con nosotros, de tus padres, cercanos como siempre, de sus familias, de los amigos que ya lo son nuestros. 

Ese sentirte querido por los tuyos es lo que os deseo de corazón en la emocionante aventura que acabáis de comenzar. Y en un pispás nos volvemos a encontrar.  

El benjamín se ha hecho mayor

¡A por todo!

sábado, 6 de diciembre de 2025

Objetos Perdidos

 A ver que tonterías se le han ocurrido a este ahora.

Tonterías son porque no alcanzan la categoría de relevantes. No va a sobrevenir catástrofe alguna y ni tan siquiera saldrá nadie mal parado. 

Son dos anécdotas cotidianas con un denominador común: El 092. Ese número telefónico que todos identificamos con la Policía Local (Municipal) y que se nos viene a la cabeza cuando pensamos que tenemos un "sucedido" que encaja en sus competencias, como son las de atender peticiones y sugerencias de los vecinos, manteniendo un contacto directo con la comunidad, así como cooperar con el funcionamiento de la sociedad y contribuir al bienestar y calidad de vida de los ciudadanos. 

Tras el preámbulo, las anécdotas. Por orden cronológico:

La cartera. Un día cualquiera y habiendo desistido de encontrar aparcamiento en superficie en esta bendita Murcia, acabamos en uno de los parking subterráneos que tenemos a nuestra disposición a una media de 2 euros la hora. Debajo del coche de al lado, al bajarme, vi un pequeño bulto oscuro que de primeras identifique con una bolsa o papel arrugado, pero tras echarle una ojeada más detenida, decidí cogerlo y resultó ser una cartera de bolsillo. De tamaño, como la mía, pero sobrealimentada, petada de tarjetas, papeles y... pasta. Casi redonda del relleno que llevaba. Toda una vida dentro. 

Preguntamos en la caseta del parking y no supieron darnos razón, así que como portaba dinero, nos la llevamos pensando en el método más seguro para que llegara íntegra a su dueño. Fácil, llamar al 092 y que nos digan como proceder. Una telefonista muy amable me da un teléfono de la Policía Local al que llamar para informar del incidente. Pues vale, llamamos al siguiente teléfono (objetos perdidos) y resultó que no atendían porque estaban fuera de su horario. ¡Vaya por Dios! Llamamos al parking (ya habían pasado unas horas) y nos dijeron que sí, que alguien había ido preguntando, pero que no había dejado teléfono. Total, que seguíamos en las mismas.

Hasta ese momento no habíamos indagado en el contenido de la cartera por no creerlo necesario, pero viendo que iba a seguir en nuestro poder, miramos el DNI para ponerle cara al seguramente afligido propietario, y resultó ser un varón de unos cuarenta y tantos, domiciliado en... !Gran Canaria! Un poco lejos, así que investigamos más el contenido y encontramos varias comunicaciones oficiales dirigidas a nuestro sujeto en una dirección de la Capital, y allá que nos fuimos. Mal ayudados por Google Maps, ese que cuando le pides que te lleve a un sitio andando, te marea por los alrededores con una luz azul que parece que te lleva, pero no, conseguimos encontrar la vivienda. 

Las 11 de la noche y una voz recelosa al telefonillo. 

-¿Fulanito de Tal? 

-Sí, es aquí ¿Quién lo busca?

- Pues mire usted, (perorata explicativa)

- Ah! es mi hijo. ¿Suben o bajo?

Mal entendido mediante, ni subimos (son las 11:00) ni bajan. Unos minutos después, el telefonillo de nuevo:

- Creía que subían

- No, gracias, es tarde

- Bajo, bajo

Hasta las 12 de la noche de charla en el portal, al rato se incorporó la esposa, tras los mil agradecimientos de rigor, lo típico que pasa con la buena gente, que te pones, te pones, empiezas con de dónde eres, sigues con el a qué te dedicas, continuas con los hijos... y al final, amigos de toda la vida tras el ratito en el portal. Te vas con la satisfacción del deber cumplido, y con el run, run de que si la Policía Local hubiera sido más eficiente, te habrías perdido esta historia.

La silla. Esta anécdota me resulta totalmente surrealista. De buena mañana salgo al balcón para tantear el día; hace fresquito ¡por fin!, se aventura un día limpio y bonito, el monte al fondo se recorta bajo un cielo azul, el colegio de enfrente comienza su bullicio mañanero con la llegada de infantes desaforados y padres acelerados, que ya describí en 2010 en: Cuando Ruge La Marabunta y que sigue igual quince años después. En la calle salón a mis pies, un perro responde a los ladridos del de mi vecino del primero, que es muy de saludar a todo el que pase. Y ahí, en la esquina en que confluyen la peatonal con la rodada, hay varias casetas de transformadores desde que urbanizaron la zona.

Pues resulta que estas casetas -que tendrán más de dos metros de altura-, desde siempre han albergado en su techo cachivaches de todo tipo, que como no se encuentran a la vista, pues perduran en el tiempo, hasta que, supongo, alguien de mantenimiento, que se conoce el tema, los retira de vez en cuando. También se sube la chiquillería a gamberrear o fumar con los pies colgando, encantados de conocerse. Lo normal.

Pero lo que no es normal fue lo que vi ese día en el tejado de las casetas: ¡Una silla de ruedas! Claro ¿Quién se espera una silla de ruedas ahí arriba? Lo más lógico, una gamberrada con muy mala baba porque seguro que al usuario y su entorno le ha supuesto un disgusto importante. Yo lo del milagro de "levántate y anda" y ¡Ahí te quedas, silla! no acabo de verlo, así que me quedo con la gamberrada.

Sin mucha fe, pero ¿a ver a quién recurres? vuelvo a la carga con el 092.

- Buenas, está llamando a la Policía Local ¿Qué desea? (Amable telefonista)

¡Qué voy a desear! Pues le cuento la historia, lo más serio que puedo, le pregunto si hay algún servicio del Ayuntamiento que se pueda hacer cargo del tema. No sabe, titubea, silencio... Insisto:

- Es que no se a quién recurrir para encontrar al dueño de la silla, que seguro la echa de menos. Más silencio...

- Usted dirá... sigue el silencio.

- Bueno, pues nada, gracias, ¡adiós! (Esto último, seguro que ya me lo estaba diciendo yo solo), ella se había ido hacía rato... La silla sigue ahí, encima del transformador, al usuario seguro que ya le han buscado otra. Y la vida sigue con su monótono tran, tran.

¡Qué pereza llamar al 092!