Vespa 150 |
El asunto de la moto de campo estuvo bien mientras duró, esto es, hasta que la Cota 247 dijo ¡hasta aquí hemos llegado!, época que coincidió con el abandono progresivo por parte de mis amigos de las actividades moteras para pasar a los coches estrenando sus carnets de conducir.
Como a mí no me llegaba para un coche, y yo necesitaba circular por carretera, cambié mi vieja Cota por una no menos vieja Vespa (dorada, eso sí) para poder visitar a mi novia allá donde estuviese.
Ni que decir tiene que la Vespa dorada cascó al primer intento de viaje serio desde Campoamor a Playa Honda viniendo a pararse en pleno mes de agosto entre los Alcázares y El Algar. Como ya tenía costumbre, me orillé al arcén y destripé media moto hasta que conseguí que me llevara a término al cabo de unas cuantas horas y... ¡con una magnífica caja de bombones derretidos!
Aquello no tenía remedio y al finalizar el verano del 85 le dí pasaporte a aquel montón de chatarra dorada, esfumándose con ella los últimos restos de mi regalo de fin de COU.
Mobylette Cady 50 |
Durante un brevísimo lapso de tiempo en mi época
estudiantil, cabalgué una Mobylette Cady como la de la foto, a la que por
faltarle, le faltaban todas las chapas laterales, cubrecadenas, tapa de
herramientas, faro delantero y hasta el silencioso del tubo de escape. Aquel
esqueleto me lo regaló mi buen amigo Angel Manuel y me hizo un papel estupendo
mientras duró. El faro fue sustituido por una linterna de petaca por las noches
y el silencioso por un bote de cerveza agujereado y relleno de lana de acero que
hacía su papel. Lo malo fue que al no tener donde guardarla, dormía en la calle
y una mañana había volado.
Lambretta 200 |
El gusanillo seguía ahí, y también seguía sin haber dinero para un coche por chico que fuera, así que volví a las andadas. Quería una moto que me diera cierta independencia y libertad de movimientos. La cosa se planteó entre Vespa y Lambretta; la primera muy fiable y casi el doble de cara y la segunda más asequible, con una línea más bonita y dudosa fiabilidad.
Con estas premisas y dados mis escasos y esporádicos ingresos, me decanté por la segunda, que pude adquirir gracias a mi primer préstamo avalado por mi padre y de cuyos últimos plazos se hizo cargo para librarme de él cuando ya no tenía ni la moto. Nunca olvidaré aquella visita al Banco de Bilbao en la calle Mayor de Cartagena, donde mi padre tenía su cuenta y me concedieron el préstamo para la moto después de mucha ceremonia.
Desgraciadamente la bonita Lambretta no cumplió las expectativas puestas en ella, pues se averiaba continuamente. A pesar de ello, pudimos hacer algunas excursiones memorables al Balneario de Archena o al Pantano del Cenajo (la más larga y divertida), entre otras. Las noches de invierno cerca de la madrugada, de vuelta a mi casa, congelado, forrado de periódicos, con un verdugo casero bajo el casco, casi sin sentir las manos y por el Puerto de la Cadena y la antigua carretera de Murcia a Cartagena, ribeteada de árboles con un miedo atroz a que en cualquier momento un animal descontrolado surgiera entre ellos y colisionara conmigo, es el peor, con mucho, recuerdo de aquella Lambretta.
Derbi Variant 50 |
Ya de recién casados y aunque teníamos el Balilla, necesitábamos un segundo vehículo de complemento y apareció una flamante Derbi Variant roja de segunda mano que iba como un reloj. Y en ella estuvieron a punto de liquidar a mi recién y joven esposa en un cruce donde un coche saltándose un semáforo la embistió, y por centímetros el impacto se lo llevó la moto haciendo que conductora y vehículo salieran despedidas y revolcadas por el suelo. Dios y toda su Corte Celestial estuvieron al quite y el lance se resolvió con un tremendo susto y una considerable colección de magulladuras. La Derbi fue vendida y mi esposa nunca más se puso a los mandos de una motocicleta. Ni falta que le ha hecho pues conduce de maravilla vehículos de cuatro ruedas.
Peugeot st 50 |
Los scooter dejaron de lado a los ciclomotores; ya no había que llevar los pies en los pedales y tenían un carenado que protegía del agua, además de un arcón delantero y un hueco bajo el asiento para llevar cosas. Perfectos para callejear en plan señorito por la ciudad.
Honda Vision 50 |
Y durante casi diez años constituyeron mi medio de transporte para trabajar. No había problemas de aparcamiento y por su tamaño eran muy cómodos y ágiles. El primero fue una Peugeot de 50 cc con motor honda que no me dio prácticamente problemas, aunque los accesorios no resultaban baratos, de ahí que cuando lo jubilé me pasé a uno muy similar pero mucho más económico de mantener: una Honda Visión 50 cc de colorines que estuvo en mi poder hasta 1998 sin darme un solo disgusto.
Honda CB-250 Two Fifty. 1 |
Lo de la Two Fifty fue un poco de carambola. El pequeño scooter de colorines no me servía para desplazamientos fuera del casco urbano y como tenía que desplazarme de vez en cuando fuera de la ciudad, y el coche familiar lo tenía adjudicado mi siempre joven esposa, me planteé adquirir algo mayor.
La cuestión económica, como siempre y por desgracia, primaba sobre cualquier otra consideración, así que como quería una moto nueva, por precio empecé por las Yamaha y Suzuki. Como las Honda se salían de presupuesto, fijé mis ojillos en la Yamaha SR Special 250, con su manillar alto estilo chopper y figura estilizada, descartando casi desde el principio a la Suzuki GN 250 por su aspecto mucho menos estilizado.
Cuando llegué al concesionario de Suzuki -ya varias veces visitado- a comprar mi nueva moto, vi en un rincón una Honda CB 250 negra, impecable y reluciente. El vendedor se fijó en ello y me dijo que acababa de entrar esa mañana; que pertenecía a una chica que la había comprado dos meses atrás y que la acababa de cambiar por una Yamaha porque la Honda le resultaba demasiado alta. ¿Cuanto vale? Pues valía menos que la Yamaha que iba a adquirir, al ser de segunda mano. Salí con la moto puesta y hasta hoy.
Honda CB-250 Two Fifty. 2 |
Mi Two Fifty sí que me ha dado juego, fácil de conducir, barata de mantener, consume menos que un mechero y encima es bonita. Después de 15 años ya tiene sus achaques, como todos, pero me ha llevado a trabajar un día detrás de otro y me ha permitido recorrer toda la Región y alrededores por su carreteras secundarias -nunca me han gustado las autovías para la moto- disfrutando de esa sensación tan agradable que produce ir en moto y que sientes cada vez que subes a ella.
Alguna vez me he planteado cambiarla por uno de esos scooter ultramodernos que dominan ahora nuestras calles, pero solo me lo he planteado, porque es más que probable que nos acabemos jubilando juntos.