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OFERTA |
Como tantos otros estos días,
llegó a mis manos el folleto de las rebajas más mediáticas de la España nuestra,
esas que esperan su comienzo el día “D” a la hora “H” multitud de personas para
abalanzarse en tropel puertas adentro en busca de la ganga de las gangas, y que salían hasta hace poco en los telediarios ilustrando la noticia: Las rebajas del
Cortinglés.
En portada, Maribeli Verdurilla
nos pregunta ¿Qué es lo que deseas de este catálogo? y añade: Pídeselo a las
rebajas, y remata… si no queda
satisfecho le devolvemos su dinero. Total, que va uno y le da un repasillo al
folleto; sin mucho entusiasmo porque no esperas chollos, aún así, buscas,
comparas y llegas a la última página y hete aquí que encuentras una tele chula
que hace un mes estaba a 1.299 € en la tienda y que sorprendentemente ahora se queda en unos
económicos 799 €.
¿Cómo es posible un rebajón tan
considerable? En la oferta aparecen dos modelos que únicamente se diferencian en el tamaño (y en el precio) El modelo “A”, el más grande, tiene un precio inferior al modelo “B”, más pequeño. ¿Será un error? ¿Será un gancho para ese producto en cuestión? Busco el famoso párrafo en
letra diminuta que dice algo así como … salvo
error de impresión, y no lo encuentro por ningún lado.
A mi modesto entender, cuando te
ofrecen algo en un folleto o en un comercio y el producto marca un precio
determinado, uno tiene derecho a adquirirlo por dicha cantidad aunque sea un
error del vendedor. Eso según el artículo 8 de la Ley General para la Defensa de los consumidores y usuarios; además, la publicidad es vinculante.
Así que, ¡Hala, a por la tele!
- Buenas.
- Buenas.
- Que si tienen la
tele planimegaled HQ, que la he visto esta mañana en el folleto y estoy
interesado en ella.
- Pues sí, aquí la
tenemos.
- Pero ese precio…
no es el del folleto.
- A ver, déjeme
ver. Pues es cierto … es un error de impresión. Su precio real es el que marca.
- Ya. Pero el
folleto dice otra cosa y yo quiero la tele a ese precio.
- Yo no puedo hacer
nada, si no le importa, llamo a mi jefe.
- Pues lo llame.
(Cara de circunstancias durante un rato
hasta que llega el jefe, todo amabilidad)
- ¿Cuál es el
problema?
- Que quiero esta
tele (la del folleto) y aquí el vendedor dice que el precio no es el correcto.
- Efectivamente, por
desgracia se ha producido un error de impresión y se han cambiado los precios
de dos modelos.
- Insisto, quiero
ejercer mi derecho a comprar al precio marcado.
- No va a poder
ser, al darnos cuenta del error, el Cortinglés ha enviado para su publicación
una rectificación en el Mundo y en La Vanguardia y eso según los servicios jurídicos
de la casa me permite negarme a vendérsela.
- Pero este folleto
venía encartado en La Verdad, y además no creo que la rectificación la conozca
nadie que no sean ustedes.
- Ya, pero es lo
que hay y la tele no se la lleva.
- Pues quiero
reclamar.
- Pues reclame.
- Me facilite una Hoja
de Reclamación.
- Faltaría más, en
el mostrador del fondo, qué tenga buenas tardes.
- Gracias, muy
amable.
- No las merece. A
propósito, usted reclame lo que quiera, pero sepa que el Cortinglés no está
adherido a la Junta
Arbitral de Consumo.
Y hasta luego, Lucas.
Así que, para por si acaso,
relleno la hojita en cuestión y me llevo las copias correspondientes, no vaya a
ser que el todopoderoso Cortinglés no tenga tanta razón como su aplomado jefe
mantenía y haya forma de tocarle las narices (en sentido figurado, claro)
Continuará…