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En el desván de los borradores tenía este recopilatorio de buzones que a lo largo del tiempo he ido fotografiando. La verdad, no se por qué seguían ahí. Hasta ayer; ayer le encontré la utilidad tras tanta espera. Cuando volví de la farmacia (destino bastante habitual y cada vez más frecuente) abrí el buzón mecánicamente y para mi sorpresa me lo encontré lleno de sobres. Lo que hasta hace unos años era algo habitual, ahora no deja de ser un hallazgo extraordinario encontrar correo en el buzón.
Recuerdo que la ranura del buzón era algo así como una ventanita a otros lugares, una rendija por la que al asomarte te permitía durante un instante dejar volar la imaginación hacia el origen de esas cartas o postales que se vislumbraban en la oscuridad. Hace mucho, mucho tiempo, por ahí nos llegaban noticias de la familia, de los amigos que estaban lejos, de los bancos, de la Administración, ¡de todo! El buzón junto con el teléfono eran nuestros medios de comunicación con el exterior.
A mí la temporada que más me gustaba era la Navidad, me encantaba enviar felicitaciones navideñas a mis amigos y familiares, hasta tenía una lista para no dejarme a nadie (siempre tan ordenado) y por supuesto, me chiflaba recibir las felicitaciones de los demás que iba colocando cuidadosamente abiertas sobre cualquier repisa, donde permanecían durante todas las fiestas. Aún conservo muchas de ellas.
Aquel hábito fue perdiéndose poco a poco, y el envío y la recepción de un christmas navideño ahora se ha convertido en algo excepcional, tanto, que los únicos recibidos en los últimos años, han sido los de nuestros vecinos ingleses en el pueblo, que mantienen esa bonita costumbre, y que aunque viven cuatro casas más allá, cada año rompen las telarañas de nuestro buzón con su cariño y buenos deseos.
Y con los christmas se fueron las cartas manuscritas, los sellos dejaron de pegarse con la lengua y se convirtieron en pegatinas, después los resguardos de los recibos pagados por el banco también fueron dejando de llegar, hasta que lo único que encontramos en el buzón, cuando lo abrimos de uvas a peras, son los avisos de certificados no entregados, alguna que otra publicidad cuyo repartidor ha conseguido colarse en el portal, y poco más hasta que entramos en periodo electoral y el buzón como que se esponja de gusto cuando lo abres y te dice: - ¡Mira como cumplo, estoy a tope!
En esas estaba, cerrando su puertecilla con una mano y la otra cargada de promesas electorales, cuando entró mi vecino Pepe y al comentarle la profusión de correo recibido me espetó: -¡Una verguenza! ¡Que se gasten un dineral en esto cuando todos sabemos lo que vamos a votar! Menos mal que ya me lo dijo en el ascensor y no creo que el buzón lo oyera, porque seguro que no le habría sentado nada bien con lo contento que estaba.
Creo que con el correo electrónico, los teléfonos inteligentes, las videollamadas y toda la parafernalia que ha sustituido al correo tradicional, los buzones han quedado obsoletos y únicamente sirven ya para dar pista de en qué piso y letra viven fulano y zutano; y a eso, en estos tiempos, y con la Ley de Protección de Datos, quizá habría que darle una vuelta.
¿Habrá llegado el momento de sustituir los buzones por taquillas que permitan recoger los envíos que nos llegan de nuestras compras por internet?
¿Te puedes creer que uno de ellos es la casa de mi tía Pilarín, como yo?
ResponderEliminarincreíble pero cierto, ¿no había buzones?