Esta noticia ha aparecido recientemente en la prensa regional, y la verdad, me he llevado un sobresalto importante, porque ¡yo estuve ahí! y sin mono ni mascarilla de seguridad. Además, era un imberbe de doce o trece años, todo lo más. He aquí un resumen de la noticia:
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Técnicos ataviados con monos y mascarillas de alta seguridad de la empresa Typsa |
La vieja fundición de Peñarroya, en Cartagena, quedará limpia en
2022
El Puerto acelera su derribo y
los trabajos para determinar el grado de contaminación del suelo
antes de eliminar los residuos peligrosos
Las máquinas, palas y camiones se
mezclan estos días en los terrenos de la antigua fundición de plomo
de Peñarroya con técnicos ataviados con monos y mascarillas de alta
seguridad de la empresa Typsa, especializada en trabajos de
mediciones de campo. Mientras unos cargan escombros para llevarlos a
vertederos y empresas gestoras de residuos, los otros recogen
muestras del terreno perdidos entre los montones de tierra que aún
quedan diseminados por el solar. En poco menos de seis meses, y tras
su paso por un laboratorio, los especialistas determinarán el grado
de contaminación de la parcela, situada frente a la terminal de
contenedores de Santa Lucía, y los componentes químicos de carácter
peligroso que aún quedan en ella.
Pero es que a los pocos días, me encuentro de sopetón con una ampliación de la noticia anterior, y entonces lo que me llevo es un sobresalto radioactivo, así que tras empaparme de ella, me voy a los orígenes para determinar si puedo seguir con mi vida normal, o debo ir a que me inspeccionen, por si aún conservo en mi ser algún residuo que pueda atentar contra mi salud y la de los que me rodean. Resumen de la segunda noticia:
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Residuos en los antiguos terrenos de Peñarroya, en Santa Lucía |
El CSN insiste en aclarar el riesgo radiactivo en la fundición de
Peñarroya
Recuerda a la Comunidad que es
necesario estudiar el alcance de los residuos acumulados en varias
parcelas de Santa Lucía, para proteger la salud
El Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) ha reiterado a la Comunidad
Autónoma que en los terrenos de la antigua fundición de plomo,
estaño y cobre de Peñarroya situados en el barrio cartagenero de
Santa Lucía, «además del riesgo químico, podría existir un
riesgo con potencial significación radiológica que debe ser
investigado». Por ello, «es necesaria la caracterización
radiológica de los mismos», con vistas a «determinar si existe
riesgo radiológico» para la población y protegerla. El área
abarca más de 200.000 metros cuadrados.
Con los recortes de ambas noticias, que para lo que quiero contar
son más que ilustrativos, voy a hacer un poco de historia
consultando fuentes de mi total confianza.
A saber, pues resulta que la llamada Peñarroya
realmente se llamaba SMMP (Société minière et métallurgique de
Peñarroya) y fue una multinacional minera francesa que operó en
España durante más de un siglo, hasta 1989.
Los franceses llegaron a Peñarroya, un
pueblo de Córdoba, en busca de carbón para alimentar sus fundiciones de plomo, que era lo que aún se
llevaba a finales del siglo XIX, ya que el petróleo como fuente de energía de momento era cosa de los americanos. Se cuenta que los franceses, muy
suyos con sus cosas, tenían un perro "zahorí", como
esos señores que buscan agua con un palito, pero en perro, con su
olfato, y especializado en buscar carbón. Y el bueno del perro
encontró un afloramiento del mineral en terrenos cercanos al pueblo,
y allí que sentaron sus reales para extraer carbón.
Como hacía falta mano de obra "in situ",
y todavía no había Metro, ni autobuses, pues construyeron un
poblado para los mineros, al que con el tiempo llamaron el Pueblo
Nuevo, y que con más tiempo aún y dada la proximidad con Peñarroya, juntaron los dos pueblos y los nombres en el actual Peñarroya-Pueblonuevo.
Y en homenaje al perro carbonero, le añadieron del Terrible,
pues así dieron en llamar al can, y peñarriblenses a sus pobladores.
Y mira tú por dónde,
de Peñarroya-Pueblonuevo del Terrible es mi padre,
protagonista, que no yo, de esta historia. Bueno, pues a partir de
Peñarroya, los franceses vieron negocio en el sur de España y se expandieron por la zona: de Peñarroya (Córdoba), pasaron a Puertollano (Ciudad Real), La Carolina (Jaén), Cartagena-La Unión-Mazarrón (Murcia)... Donde fueron instalando sus fundiciones de plomo.
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Fernando Márquez Horrillo. Abogado. Puertollano |
Y fue en la SMMP, en Puertollano, donde se estrenó como abogado mi padre en 1956, nada más acabar la carrera de Derecho,
y durante diez años se curtió entre mineros e ingenieros, como aperitivo de su siguiente destino en Cartagena, donde se estableció hasta que en 1989 ya como SMMPE, cerraron porque el negocio no dio para más (la "E" de España, ya que con el tiempo había entrado capital español, reestructurándose la sección española de la sociedad)
En Cartagena aterrizó en 1966, pero ya con familia incluida, nada menos que en el Gran Hotel, mientras le buscaban casa.
Fue una semana, o quizá diez días, pero lo recuerdo como algo
majestuoso; recién llegados de Puertollano y meternos en aquél
hotelazo ¡una pasada! De lo que mejor me acuerdo es del suntuoso
comedor con sus techos altos, las mesas de blancos manteles, inmaculadas y enormes servilletas, y cubertería que
en mi imaginario era de plata. Claro que por entonces uno tenía 7 años, y los recuerdos se
mezclan con las fantasías con gran facilidad.
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Gran Hotel. Cartagena |
En Cartagena, cuando llegó mi padre, la Sociedad ya tenía montado un buen tinglado desde principios del siglo XX,
explotando las minas de La Unión, como antes lo habían hecho los
cartagineses, los romanos, y todos los que por allí pasaron. Una vez
tratado sobre el terreno, el mineral extraído de las cortas mineras acababa en la
Fundición de Santa Lucía, en la zona portuaria de Cartagena, objeto
del actual estudio para determinar los elementos contaminantes,
tóxicos y hasta radioactivos que allí puedan quedar.
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El Regidor |
Al principio le instalaron en un precioso palacete modernista llamado El Regidor, situado
en el Paseo de Alfonso XIII, esquina con Angel Bruna, pero como su
trabajo consistía fundamentalmente en la relación de la Sociedad
con los mineros y los trabajadores, el periodo de 1970 a 1974, se lo
pasó en las oficinas que había en la propia Fundición de
Santa Lucía, donde el trato con los empleados era más cercano. Allí
estaban las oficinas junto a las instalaciones, con el horno de
fusión y toda la pesca, y durante el tiempo que estuvo allí, se
movió por todo aquello como cualquier trabajador más. Luego regresó
a El Regidor, dónde ocupó un precioso y luminoso despacho, en el
que yo tuve la suerte de aprender de él mientras acababa la
carrera.
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Chimenea |
En aquel horno, que se calentaba como el infierno,
se trataba el material procedente de las zonas mineras para obtener
el plomo, 60.000 toneladas al año, que era el principal
objetivo de la empresa, amén de plata, antimonio y algún que otro
metal más. Ni que decir tiene que Peñarroya cumplía
escrupulosamente con toda la normativa existente en el sector, de la
Delegación de Industria, de la Jefatura de Minas, y de toda la que
fuera aplicable, sometiéndose a cuantas inspecciones tenían a bien
realizar los técnicos competentes en sus instalaciones, tanto en la
zona minera, como en la fundición. Un ejemplo de ello fue, en cumplimiento del Plan de Saneamiento Atmosférico, la
erección en los años 70 de una chimenea de 100 metros de altura sobre el Cabezo de San Pedro para sustituir a la existente de tan solo 20, y cuyo objeto
era dispersar a mayor altura (250 metros) los humos procedentes de la combustión
del mineral, de manera que disminuyera la contaminación producida por las emisiones.
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Fundición de Santa Lucía |
Hasta aquí y a trazos muy gruesos, la historia.
Pero no quiero dejar de contar, al menos, dos anécdotas de aquella
etapa cartagenera. La primera enlaza con el comienzo de esta
disertación: ¡yo estuve ahí! Era mi época colegial en Los
Maristas y por mediación del Abogado, mi clase giró una visita a la
fundición, dónde nos enseñaron todas las instalaciones, incluido
el infernal horno de fusión. Y allí nos obsequiaron con unas
pequeñas piezas irregulares y brillantes, que rápidamente
denominamos "pepitas", porque eran de plata y procedían de
las rebabas de la fundición de la plata y su conversión en
lingotes. Durante mucho tiempo conservé mis "pepitas" como
un tesoro. No se si allí pillaríamos algo tóxico o radioactivo,
pero para unos niños que jugábamos con el mercurio de los
termómetros cuando se rompían, es harto improbable.
Y la segunda: en 1970 la Sociedad cerró sus
instalaciones en Peñarroya-Pueblonuevo, y en vez de ponerlos en la
calle, reubicó a 53 de sus mineros en Cartagena, alojándolos entre
Cartagena y La Unión. Aquella solución era provisional, y el
Abogado, que trataba con el personal -con quien negociaba tres
convenios colectivos al año-, se enteró de que el ministro del ramo
había dicho que disponían de 10.000 millones de pesetas para
construir viviendas para obreros, y ni corto ni perezoso, con una
delegación de mineros se presentó en el Ministerio de Industria
para pedir lo suyo. Por supuesto que no los recibió el ministro,
pero además, el funcionario con el que se entrevistaron sumió su gozo en un
pozo. De dinero nada de nada, ni un duro, pero no porque no se lo
quisieran dar, sino porque no existía la partida y la noticia no era
más que un cuento chino del ministro.
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Acto de Hermanamiento La Unión-Peñarroya Pueblonuevo en la Barriada Peñarroya |
No cejó en el empeño, consiguió 9 millones de
pesetas, echó mano de dos amigos, uno arquitecto y otro aparejador,
y contando también con el del Ayuntamiento de La Unión, se
embarcaron en la construcción de 53 viviendas donde alojar a
aquellos obreros cordobeses llegados de Peñarroya. Pasado el tiempo,
el 27 de octubre de 2018 se llevó a cabo un acto de Hermanamiento
entre dos ciudades mineras, La Unión y
Peñarroya-Pueblonuevo, que comparten además de la minería,
la patrona, Ntra. Sra. del Rosario, sus fiestas en honor a Sta.
Bárbara, el flamenco... y un puñado de familias que encontraron su
segundo hogar en la Barriada Peñarroya.
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Díptico informativo del Acto de Hermanamiento |
La construcción de la Barriada Peñarroya en La Unión, por
el empeño y la determinación que puso en conseguirlo, junto con al
cariño de todos los trabajadores que compartieron aquella etapa
laboral con él, fue, para mi, el mejor legado de mi padre. Y si
después de cuatro largos años en la fundición, más las constantes
visitas a las instalaciones de la empresa el resto de su etapa en
Cartagena, siempre de traje y corbata, sin mono ni mascarilla de
seguridad, ni con un contador Geiger en el bolsillo, ha llegado a los
90 años con una vitalidad y memoria prodigiosas, que estén
tranquilos los cartageneros, que no quedará mucha contaminación ni
radioactividad en los terrenos de la antigua fundición. O eso, o mi
padre es Supermán. Que también. Y peñarriblense.
PD. Las noticias aludidas son de La Verdad y el resto de fotografías recopiladas en internet. Menos una.