!A la una! |
¡A las dos! |
Y, ¡a las tres! |
Chamba, potra, chiripa, gamba…,
eran palabras que utilizábamos en nuestra juventud para referirnos a cualquier
actuación exitosa cuya consecución fuera un 95 % de casualidad y un 5% de otras
variantes, más o menos. Ejemplos hay de lo más variado: un hoyo en uno en el
golf, un gol de portero a portero en el fútbol, una canasta desde la otra punta
del campo en el baloncesto, y así en todas las actividades de la vida. Viene a ser como la cara positiva de la Ley de Murphy, esa de “si algo malo puede pasar,
pasará”.
Todo esto viene a cuento de que
en la mañana de un nuevo sábado confinado en el recurrente balcón, el de la
Alarma, mientras hablaba con un colega de confinamiento por teléfono contemplando
la sierra murciana, me he dado cuenta de que en una de las cajas donde
almacenamos la vitamina C, a un limón se le había puesto mala cara y, pensando
en que no contagiase a sus colegas, lo he apartado para tirarlo a la basura.
Eso habría hecho cualquiera,
cualquier padre de familia cabal y ya madurito, pero éste, que lleva
tropecientos días metido en su casa y que se distrae haciendo fotos a las
musarañas, ni corto ni perezoso, mientras continuaba la conversación telefónica,
ha medido la distancia, ha sopesado la fuerza que le queda a estas alturas en
el brazo, y sin pararse a pensarlo (ahí está la clave de la inconsciencia), ha
clavado un triple de tres puntos en la caseta del juego infantil, embocando por
arriba, sin tocar aro. Lo que viene siendo todo un alarde de chamba, potra,
chiripa y gamba.
Y sin más, he terminado la
conversación, he inmortalizado mi hazaña y me he ido a contársela al resto de
la familia, consciente de que me la iba a cargar por gamberro.
Pero vivimos tiempos difíciles y
el limón me ha alegrado el día.