domingo, 22 de septiembre de 2013

Mis Motos I

Con tupé y estrenando la Cota 247

Si no te gustan las motos, aunque sea un poquito, no merece la pena que sigas el hilo, porque hoy, esto va de motos. No de motos en general, ni de formas de vivir, ni del viento en la cara, ni de la libertad sobre dos ruedas. No, no va de nada de eso aunque pudiera, solo va de recuerdos.

De recuerdos de toda una vida a una moto pegado. Desde la primera a la penúltima y, posiblemente, dejándome alguna en el tintero. No por muchas, sino por flojera en la memoria.

Como para muchos, mi aventura motera comenzó sobre la moto de un amigo allá por los 16 años, cuando uno es de goma y está preparado para blandearse contra el suelo cuantas veces haga falta. Las motos de los amigos por aquella época eran trialeras o de enduro, o sea, de campo, por lo que las costaladas no revestían especial gravedad.

Con esos mimbres aprendí a montar -y a caerme- en moto -tan importante, o más, lo segundo que lo primero- y llegó el momento de la primera. Una buena amiga de mis padres, Carmen Salaya, me tenía prometida una moto si aprobaba COU y Selectividad de una tacada en junio. Aquella promesa fue el mejor acicate para que yo cumpliera con mi parte y en llegando el verano le recordara a mis padres la promesa de su amiga.

Bueno... no te lo tomes muy en serio... son cosas que se dicen... no veo conveniente recordárselo...

Pero yo había cumplido, mis amigos tenían motos y yo quería la mía. Así que insistí. Vale, pero no te pases, un Vespino y vas que arreas. Con esta y otras indicaciones por el estilo nos personamos en casa de Dña. Carmen, mujer envuelta en una nube de humo producto de su sempiterno pitillo entre los dedos y que no soltaba más que para encender otro.

Aquí estamos, ¿qué hay de lo mío? La mujer, ceremoniosa, sacó un abultado sobre de un cajón y sin más preámbulos comenzó a apilar parsimoniosamente -entre largas caladas-, billetes "de a mil" sobre la mesa ante mi atenta mirada y la incomodidad de mi madre que pronto empezó a decir que ya estaba bien, que para un Vespino ya había bastante, que... Pero la otra seguía y no iba yo a ser quien la parase. Al fin y al cabo, ¿para que quería yo un Vespino si lo que ansiaba era una moto de monte como las de mis amigos? Al fin paró, ¿tienes bastante para la moto? Sí, contesté mientras contemplaba aquel fajo de billetes más contento que unas pascuas. Aunque mi madrina fue mi abuela, aquella mujer se convirtió en mi hada madrina para los restos.

Y ahora, a por la moto. Así que un buen día nos acercamos a un compraventa de Los Dolores, en Cartagena, mi padre y yo acompañados de nuestro asesor personal en tema de motos, a la sazón, el bueno de Alfredo Magaña, con sus 16 años y propietario de una Bultaco Lobito de 74 cc. amarilla, con la que había aprendido mis primeros fundamentos y sufrido las consiguientes caídas.

Haciendo "caballitos" por el campo

Del escueto muestrario de segunda mano del compraventa fijé mis ojos en la más "gorda", esto es, de mayor cilindrada: una Montesa Cota 247, roja, con una banda negra central sobre el depósito y hasta el asiento que le daba un aire de lo más estilizado.

Aquello había que probarlo y Alfredo, como buen asesor se puso a ello. Tras un par de intentos con la palanca de arranque, la Cota se puso en marcha y Alfredo dio un par de vueltas por el patio aquel en pose trialera. Bien, esto va bien. Yo también quise probarla, conseguí arrancarla al tercer o cuarto intento y emulé a mi amigo por el patio hasta que al segundo giro a aquello le dio por caerse y al vendedor por dar por terminadas las pruebas.

¡Me la quedo! Sin más probaturas decidí que aquella era la mía y unos días después la descargaban en la puerta de casa en Campoamor. ¡Aquello fue lo más! calle arriba, calle abajo y a Las Villas a repostar gasolina. Lo que disfruté aquella moto el tiempo que la tuve daría para enciclopedia y media. ¡Qué más daba que cuando la compré ya estuviera harta de vivir, que los amortiguadores fueran en el tope más alto porque solo le funcionaban los muelles, que el silencioso del tubo de escape hubiese muerto antes de que yo lo conociera e hiciera un ruido de mil diablos y que consumiera 16 litros de gasolina a los 100 km! Todo ello menudencias comparado con el disfrute de triscar por el monte como una cabra subido en aquel estruendo.

No hay nada como una moto vetusta para aprender algo de mecánica y como aquella mi primera lo era, la cosa salía a día de paseo por día de reparaciones, más o menos y sin exagerar. Al final, el carburador no tenía secretos para mí y la bujía y sus continuas perlas eran limpiadas y cepilladas convenientemente entre acaloradas discusiones sobre la distancia idónea de los electrodos para que saltara la chispa. Y que decir de la esponja de acero inoxidable embutida en el silencioso para amortiguar el escándalo del escape.

Y como aún no tenía el carnet, pues todo el día por el campo hasta que me lo saqué: el teórico a la primera y el práctico por los pelos, también, en una vetusta Vespa de autoescuela con las marchas en el puño, que se calaba al dejar de acelerar, y que cogí por primera vez para el examen.

En la Casa del Poeta

En fin, aquella fue la primera. Después vendrían otras cuantas hasta hoy, y de las que escribiré otro día, pero ninguna ha hecho que me sintiera el "Rey del Mambo" como mi querida 247.

Nota: Alfredo siempre fue un tipo tranquilo, de chico, delgaducho, y ya de mayor, con el yudo, se puso como un armario, pero no dejó de ser tranquilo. Con el tiempo cambió la Lobito por un Mini en el que entraba a duras penas. En él me llevó un día a La Manga a visitar a mi futura, y más adelante contribuyó a nuestra boda regalándonos las invitaciones gracias a la imprenta familiar. Ahí estuvo siempre hasta que un estúpido accidente en una salida de la M-30 se lo llevó antes de tiempo. Allá donde fuera, seguro que seguirá derrochando paciencia con esa sonrisa socarrona que le asomaba a la cara cuando hacía uso de ella. 

Alfredo

No todos los días me acuerdo de tí, pero sí que llevo en la cartera -desde siempre- la pegatina de Snoopy en una Vespa roja, en la que anoté tu nombre y el teléfono de la imprenta cuando me ofreciste las tarjetas para la boda. No te he vuelto a llamar, no ha hecho falta. Ya nos veremos.

5 comentarios:

  1. Bueno tio, lo has conseguido me ha emocionado tu relato, tus fotos y el cariñoso recuerdo para Alfredo. Un abrazo fuerte

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  2. Pues como siempre aquí estoy llorando a moco tendido, como cada vez que aprendo algo nuevo de ti y tu te pones melancólico.
    Te quiero muchísimo papá.

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  3. QUE DELICIA PARA TODOS LOS QUE TE LEEMOS,SOBRE TODO PARA LOS QUE VIVIMOS LO MISMO QUE TU Y SALIMOS EN LAS FOTOS.SON RECUERDOS ESTUPENDOS.GRACIAS FERNANDO

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