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Obra |
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Dedicatoria |
Hace tanto que no relato, que ya no se ni como empezar. Lo haré
desde el principio y veremos como acaba.
En un momento indeterminado, pero no muy
lejano, nos vimos agraciados con un lote de libros de lo más
variopinto procedente de la muy extensa, y a punto de explosionar,
biblioteca de la abuela materna de mis hijas. Y me refiero a ellas,
porque fueron las destinatarias del “voluminoso” regalo.
Como ambas son y han sido ávidas lectoras
(como su abuela), fueron elegidas para “aligerar” la compacta
biblioteca y así dejar sitio a las nuevas adquisiciones. Una vez examinado el heterogéneo conjunto, y comprobado el escaso entusiasmo de las destinatarias, se produjo un corto debate,
entre donarlo para reciclar, regalarlo a una biblioteca escolar, o
admitirlo en el seno familiar. Triunfó una minoría reforzada y se
quedaron en casa. Cosas de la democracia familiar.
Los libros, libros son, y entre los treinta
y tantos objeto de estas líneas, no habrá más de dos con temática
similar: Novelas, ensayo, poesía, historia, biografías, más
novelas… en fin, un totum revolutum de lo más revolutum
imaginable. Ejemplos: Historia de la Literatura Española (Siglos
XII-XVII) edición de 1943; Submarino, de Lothar-Günther Buchheim,
1975; Las Aventuras de Don Bosco, (Segunda parte) Bajo el reinado de
Pio IX, de Hugo Wast, 1952; Duquesa Inés, de Rafael Pérez y Pérez,
1934; La Estepa, de Anthon Tchekhov, 1930; y Obras Completas (Tomo
I), Castellanas. Nuevas Castellanas y Extremeñas, de José María
Gabriel y Galán, Séptima Edición,1924… y así los treinta y
tantos…
Encontraron acomodo todos juntos en ochenta
centímetros de librería, que conseguimos liberar para albergar tan
disperso legado. Y ahí quedaron, acogidos como hijos pródigos, pero
olvidados y fuera del circuito de la actividad familiar. Parecerán pocos ochenta centímetros, pero comparados con la capacidad de una tarjeta de memoria del tamaño de una uña, en la que se puede encajar con soltura toda una biblioteca de barrio, son una inmensidad de espacio.
Y llegó la pandemia y con ella, el
confinamiento, y las largas y oscuras tardes de invierno, y tiempo
para hacer cosas para las que nunca hay tiempo… como ordenar una
librería, por ejemplo. Y los libros pródigos vuelven por un
instante al circuito familiar; con tiempo, no solo para ordenarlos
por estatura (yo siempre los ordeno por estatura), sino para
hojearlos, curiosear entre sus páginas, firmas, fechas,
dedicatorias… y aparecen flores secas delicadamente escondidas en
algunos ejemplares, estampas de santos, recordatorios de comunión o
de defunción, jaculatorias, recortes de prensa, fotos, anotaciones
en los márgenes… todo un mundo interior oculto dentro de los
ochenta centímetros.
Prácticamente todos lucen en alguna de sus
primeras páginas el nombre del propietario (no siempre coincidente
con el de la donante), y/o si ha sido objeto de regalo, la
dedicatoria del regalador, o un comentario de la regalada. Incluso
los hay de ida y vuelta, sí devuelta… ¡en fin! Todos esos
detalles los hacen únicos y diferentes a cualquier otro de su misma
edición, lo que en la mayoría de los casos resulta magnífico,
porque con leer esas primeras líneas ya hay suficiente, si el resto
no es de interés.
Pero esta historia lo es porque la vida te
da sorpresas, sorpresas te da la vida, y entre todo ese batiburrillo
de libros, notas, flores, papeles, recortes y dedicatorias, de
repente apareció algo diferente: un poema del autor a modo de
dedicatoria en una edición publicada en 1927… cuando este había
fallecido en 1905 y que recojo en las fotografías del principio.
Esta paradoja había que investigarla y tras
buscar y rebuscar en internet, el resultado fue el siguiente: Son los
últimos versos de un poema llamado Canción, el último de Las
Nuevas Castellanas y que según nota al pie en la página 255, fue
«La última que escribió el autor, pocos días después de la
muerte de su padre, y pocos también antes de la suya propia».
A la postre, un homenaje del editor a un
poeta que, como tantos, se fue antes de tiempo. Y yo, no me puedo
resistir a reproducir el poema completo de un libro, que emergió una
tarde de confinamiento, de un anaquel olvidado.
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José María Gabriel y Galán |
CanciónNo piense nunca el lloroso
que este cantar dolorido
es
un capricho tejido
por la musa de un dichoso.
No piense que
es armonioso
juego de un estro liviano;
piense que yo no
profano,
ni con mentiras sonoras,
las penas
desgarradoras
del corazón de un hermano.
Una canción de dolores
me piden mis padeceres,
tal como
ayer mis quereres
pidieron cantos de amores;
que así como
son mayores
si se cantan los contentos,
así los tristes
acentos
de las trovas doloridas,
si no curan las
heridas,
amansan los sufrimientos.
Mis penas son tan vulgares…
como esas espinas duras
que
erizan las espesuras
de todos los espinares.
Más hondas
son que los mares…
más hondas y más sombrías
que un
horizonte sin días,
pues no hay abismo tan hondo
como el
abismo sin fondo
de unas entrañas vacías.
Dios me las hizo de fuego…
¿Por qué no les dió dureza
si
quiso su fortaleza
probar golpe a golpe luego?
¿Por qué
enriqueció con riego
de sementera de amores
huerto que
sabe dar flores,
si luego les manda días
de matadoras
sequías
Y vientos asoladores?
¡Ay! Al llegar a las puertas
de la tarde de mi vida,
voz
de los cielos venida
me ha dicho: —¡Ya están
abiertas!
¡Entra y no conviertas
la mente a tiempos
mejores
que en vez de aquellos amores
de santidades
pristinas
verás las desiertas ruinas
del solar de tus
mayores!
—¡Mejor es cegar, Dios mío!
¡Mejor es ir paso a
paso
cayendo hacia el propio ocaso
solo, con pena y con
frío!
¡Mejor es ir al vacío
que a ruinas y
sepulturas!
¡Mejores son las negruras
de la noche más
sombría,
que las negruras del día,
que son dos veces
obscuras!
Así, loco de dolor,
dije con vil vocecilla…
¡Esto
que tengo de arcilla
fue quien lo dijo, Señor!
Pero esto
que es resplandor
de ti, venido hasta mí,
cuando tu rayo
sentí
bien sabes tú que te dijo:
«¡Señor! La frente
del hijo
tienes rendida ante ti!
Con solo llorar mi suerte,
con solo dejar abierta
de tal
herida la puerta,
muriera de triste muerte.
Mas, hijo yo
del Dios fuerte,
me he resignado a vivir,
y voy dejándome
ir
sobre el polvo de la senda
caminando a media rienda
por
el campo del sentir.
Porque si rindo la frente
sobre las manos crispadas,
si
hacia las ruinas sagradas
dejo que vaya la mente,
si de mi
llanto el torrente
dejo que anegue mi vida,
si abriese más
esta herida
que en lumbre de fiebres arde,
viviera como un
cobarde,
muriera como un suicida.
¡Quiero vivir! Las dulzuras
de los gozados placeres,
con
hieles de padeceres,
se tornan del todo puras.
Visión de
mis desventuras:
¡Yo no te cierro mis ojos!
Camino de los
abrojos:
¡Yo no me cubro las plantas!
Cruz que mis hombros
quebrantas:
¡Yo te acepto sin enojos!
¡Quiero vivir! Dios es vida
¿No veis que en vida
convierte
la ancianidad que en la muerte
Cayó con dulce
caída?
¿No soy yo vida nacida
de vidas que a mí se
dieran?
Pues vidas que en mi se unieran,
si vivo, no han de
morir,
¡Por eso quiero vivir,
porque mis muertos no
mueran!
¡Y no morirán conmigo,
que el huerto de mis amores
está
rebosando flores
que pinta Dios y yo abrigo!
¡Y atrás el
cierzo enemigo
de esas mis vivas canciones
pues son santos
eslabones
de una cadena florida
para corona tejida
del
Dios de las creaciones.
¡Quiero vivir! A Dios voy
y a Dios no se va muriendo,
se
va al Oriente subiendo
por la breve noche de hoy.
De luz y
de sombras soy
y quiero darme a las dos.
¡Quiero dejar de
mí en pos
robusta y santa semilla
de esto que tengo de
arcilla,
de esto que tengo de Dios!