ABC. CATALUÑA
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Céntimo de euro |
EFE. 16/04/2013
En una carta, el Ministerio de Empleo le recordaba su adeudo y que si
no hacía efectivo el pago al banco antes de un mes debería abonar un 20% de
recargo sobre el céntimo en cuestión
Una joven de Tortosa se ha visto
inmersa en un embrollo burocrático por haber cobrado un céntimo de más de lo
que le correspondía por su prestación de desempleo. Siguiendo el procedimiento
habitual en el caso de multas y otras reclamaciones, la joven recibió una carta
certificada en la que se reclamaba la devolución de ese céntimo de más, según
ha verificado Efe.
"Vino el cartero y me
entregó una carta certificada y, al abrirla, vi que el Ministerio no sólo me
requería que devolviera un céntimo que por error me había pagado de más y que,
por cierto, yo ni tan solo me había dado cuenta, sino que además me recordaba
que si no hacía efectivo el pago al banco antes de un mes, debería abonar un
20% de recargo sobre el céntimo en cuestión", explica la joven, que prefiere
no revelar su identidad.
En la carta se le explicaba
también que si pasado el plazo reglamentario de 30 días para realizar el pago
voluntario no hubiera efectuado el reintegro "se emitirá la
correspondiente certificación de descubierto, por la que se iniciará la vía de
apremio, según lo que dispone el artículo 32/2 del Real Decreto 625/1985".
Pero aquí no acabaron los
trámites por ese céntimo, ya que esta ciudadana tuvo que ir a la oficina del
INEM para presentar el recibo del banco conforme la deuda estaba ya saldada.
"Pero, una vez allí, me
dijeron que no podía entregar el recibo ni hacer ningún trámite si no había
pedido hora previa", así que tuvo que volver otro día para resolver el
problema.
"Seguramente, no se hizo más
que seguir el procedimiento habitual en otros casos sin tener en cuenta la
cuantía", lamenta la afectada, "pero algo falla en el funcionamiento
de todo el sistema si es necesario gastar seguramente una cantidad bastante
mayor para costear la carta certificada y todo el engranaje con el propósito de
reclamar un triste céntimo", sentencia.
Así, a bote pronto, la cosa suena bastante chusca, pero
si te paras a pensarlo con un poco de sosiego, te da para un par de
reflexiones, por lo menos.
Veamos, por el lado crematístico del valor intrínseco de
la deuda, un céntimo es bien poca cosa, pero juntándolo con otro puñado de
céntimos pagados de más y cobrados igualmente (porque a ver quién es el guapo
que se da cuenta de que la Tesorería General de la Seguridad Social se ha
equivocado y aún habiéndolo hecho,
ordena a su banco la devolución por trasferencia -con sus gastos- por tan
ridícula cantidad), pueden dar para que el ministro Montoro se cambie las gafas
verde fosforito y negras por otras más a tono con su fisonomía.
Por otro lado, y siguiendo con el beneficio para el
Tesoro Público del recobro del céntimo o céntimos indebidamente cobrados, este
resulta bastante discutible, por no decir manifiestamente ruinoso, a saber: funcionario
que descubre la pifia y manda una nota interna a su jefe de servicio poniendo
de manifiesto la incidencia; jefe que da la orden de poner en marcha la maquinaria
correspondiente para proceder al recobro de la deuda, que comienza con rellenar
un formulario ad hoc con los datos
del fulano deudor, darle a la tecla, imprimir la notificación, enviarla para su
ensobrado y remitirla al deudor vía Correos o vía empresa de reparto contratada
a la baja tras la correspondiente licitación pública; si el interfecto se da
por notificado a la primera y paga, bien, pero si no, devolución de la
notificación, nuevo intento y posterior publicación en el Boletín Oficial
Correspondiente con el aviso de inicio de la vía de apremio con su 20% de
recargo; como el B.O.C. no lo lee ni la madre superiora, el jefe de la cosa
dicta resolución reclamando el centimillo con su recargo por aquello del
apremio y vuelta a empezar con los intentos notificadores; si con suerte el
sufrido contribuyente (o parado como es el caso) se da por notificado, no le
queda otra que recurrir previo pago de la deuda o pagar y librarse del incordio;
pero en el más que probable caso de que tampoco se hubiera enterado de la
segunda tanda de intentos, la cosa pasa directamente a la Agencia Tributaria,
quien le hace saber al ciudadano que ahora la cosa está en sus manos y que, o
paga con el recargo, o le embargan lo que pillen y se cobran del tirón, y lo
hacen; total, que entre funcionarios de las distintas administraciones
intervinientes y su tiempo invertido, el gasto en papel, tinta, electricidad,
empresas de correo, idas y venidas de carteros, anuncios en el boletín, comunicaciones
a los bancos, comunicaciones de los bancos a sus embargados clientes (más
tiempo, papel, tinta, electricidad, teléfono, etc.), ¿de cuánto podemos estar
hablando? ¿500?, ¿600?, ¿1.000 euros? Y eso multiplicado por cada reclamación
de un céntimo, o de cualquier otra ridícula cantidad que, para más inri, haya
sido librada equivocadamente por la propia Administración. Para llorar
amargamente.
Cuando la enredocracia, ya sea “buro” o “demo” llega a
estos extremos de, perdóneseme la expresión, imbecilidad superlativa, es porque
las cosas no funcionan como debieran, porque el sentido común ha sido
desterrado de nuestra existencia, porque los que manejan las manivelas se han
olvidado hasta de hacer la “o” con un canuto y porque, sobre todo, somos una
panda de merluzos, (yo el primero) que no sabemos, no queremos, o a lo mejor,
no podemos elegir de entre nosotros a los mejores para que nos gobiernen. Mea culpa.